Crítica de Cine

Miss 'basura blanca'

Margot Robbie, en el papel de la patinadora Tonya Harding.

Margot Robbie, en el papel de la patinadora Tonya Harding.

Decíamos que 2017 era el año de la basura blanca en los Oscar (ahí están los carteles de Ebbing), y Yo, Tonya, biopic posmoderno de la patinadora olímpica caída en desgracia Tonya Harding, tiene tal vez al mejor personaje y la mejor interpretación de este perfil sociológico tan distintivo de la Norteamérica profunda. Se trata de su madre, interpretada con todo su arsenal de monstruosidad premiable por Allison Janney, una madre entregada a la fabricación de una pequeña máquina de ganar hasta los límites de la explotación y el abuso, una madre que absorbe toda la energía negativa y la violencia (glamourizada) de una película que, en su desarrollo -punteado por unas escenas que simulan (sin la necesaria constancia) el documental testimonial y la reconstrucción del episodio criminal que dio al traste con su carrera- da cuenta del asendereado ascenso y la mediática caída de la patinadora precisamente como consecuencia de esa imposibilidad de trascender el estatus social del lumpen americano.

El otro punto fuerte de la cinta reside en su velocidad de crucero y su montaje de innegable filiación scorsesianos, fórmula de ensamblaje, puntos de vista alternos y zigzagueo temporal que gusta mucho en el nuevo Hollywood (pienso en títulos como La gran estafa americana o La gran apuesta) y que propulsa y camufla cualquier lastre argumental, y aquí tenemos algunos, para que no nos hagamos demasiadas preguntas inoportunas. En el desfallecimiento progresivo del brillante artefacto queda, eso sí, la Tonya que sostiene en las cuchillas y en el aire una Margot Robbie a la que el innegable esfuerzo físico, los golpes dados y recibidos y el logrado look noventero han compensado con una nominación al Oscar.

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