La noche del sábado, el Primavera Sound llegó a su cima con la actuación histórica de Neil Young, congregando a una multitud de admiradores que batía récords de taquilla y coreaba los estribillos de su ídolo, desde aquellos himnos de las décadas de los 60 y los 70 como Down By The River, Heart Of Gold, Cinnamon Girl o My My, Hey Hey, hasta ese rocanrolera Get Behind The Wheel de su último disco, titulado Fork In The Road.

Todo en el festival parecía desembocar de modo natural en esa cita, desde la primera jornada y la gloriosa actuación de Yo La Tengo -cuyos integrantes permanecieron en Barcelona para poder coincidir con Young- hasta el concierto previo al de Toronto, el de los Herman Dune, que renunciaban al bis con estas palabras: "Tíos, pero si va a empezar el concierto de Young". Y es que pocos músicos han sabido traspasar como él barreras generacionales: siendo parte esencial del espíritu de Woodstock y de aquella generación que tomaría conciencia de sí frente a la guerra de Vietnam, el fecundo Young ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos -o mejor, sobrevivir, crear y revolverse contra las injusticias como buen inadaptado-, sin mudar de piel como otros dinosaurios del rock mal envejecidos ni echar mano al tan socorrido revival.

Si los Who prefiguraron en buena medida lo que conocemos como punk, no otro fue el caso de Young, que supo cantar como nadie la resaca post-hippie y que apadrinaría una década más tarde el movimiento grunge. El concierto, en el que se hacía acompañar por habituales como Rick Rosas o Ben Keith, y en el que contrastaron bien las piezas acústicas con la fiereza eléctrica que es marca de la casa, finalizó con la turbulenta versión de A Day In The Life.

No se podía ir más allá: Young, que aúna la maestría del rockero sexagenario con rebeldía y pasión adolescentes, arrancó las cuerdas a su venerable Gibson.