Cultura

Nostalgia de la mordedura

Teatro Cervantes. Fecha: 2 de abril. Compañía: Els Joglars. Texto: Miguel de Cervantes. Versión: Albert Boadella, Martina Cabanas y Ramon Fontserè . Dirección: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xavi Sais y Xevi Vilà. Aforo: Unas 200 personas.

En su debut como director al frente de Els Joglars, Ramon Fontserè rinde un sentido homenaje a los orígenes de la compañía, lo que en un trance como el suyo resulta no sólo disculpable sino hasta cierto punto lógico. El coloquio de los perros presenta una puesta en escena mucho más sencilla y discreta que los últimos montajes que dirigió Albert Boadella para la agrupación. Como objeto, la obra, resuelta en poco más que una repisa, juega a parecer artesanal y sí, desde luego los alardes están aquí contados. Otros elementos propios de la comedia del arte, como las máscaras (empleadas con acierto para fijar las fronteras entre humanidad y animalidad, y a la vez para diluirlas en un pacto de mutua extrañeza), remiten a La Torna y a aquellos primeros envites de Els Joglars empeñados en denunciar que el mundo sostenido por la dictadura no sólo era cruel e injusto: también era incomprensible, lo que a su vez añadía poderosas dosis de terror a su naturaleza. Hoy las dictaduras son otras, pero el mundo, al menos el más promocionado, el que se cuenta en detrimento de otros silenciados, sigue siendo imposible de compartir (y, por tanto, de aceptar) si uno, sea perro, sea hombre, contiene un solo gramo de lucidez. Todo eso está en El coloquio de los perros, de manera que lo primero que conviene subrayar es que Els Joglars siguen siendo Els Joglars, como no podía ser de otra forma: Fontserè lleva ya 32 años a bordo del barco (sus compañeros no le van muy a la zaga) y sabe bien lo que se trae entre manos. Las garantías son, en este sentido, no sólo suficientes sino consoladoras.

Vista la obra, sin embargo, uno no puede más que lamentar lo lejos que quedan no sólo Ubú President y Daaalí, sino, por ni siquiera salir del orden cervantino, El retablo de las maravillas y En un lugar de Manhattan. Y es que en esta ocasión la excusa humanista de Cervantes se frena en seco a la mitad del camino. Existe, claro, un ánimo satírico respecto a los órdenes establecidos y los tiranos de pacotilla que dictan la sacralización de lo que más les conviene; pero es un ánimo desinflado, debilucho, que no parece creer mucho en sí mismo. La representación social de España que propone la obra se queda corta en sus alcances, pero más aún en el diagnóstico, en el señalamiento del emperador que asegura lucir armiños y en realidad se conduce en pelotas. Lo que se termina echando de menos en estos perros (espíritus seculares perdidos en un tiempo, el presente, que no es el suyo; cuánto habrían dado de sí tan quijotescos pícaros con un pelín más de mala leche) es la mordedura de antaño, la determinación del bocado en el culo. El trabajo interpretativo, especialmente de Fontserè y Pilar Sáenz, como acostumbran, es soberbio en su construcción y sus matices; pero el montaje acaba en un terreno aburrido, sin mucha gracia, previsible, agotado. Estoy seguro de que la mano de Fontserè dará mucho más de sí. Ojalá que no haya que esperar mucho.

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