Cultura

Palabras de maestro

  • El pintor Antonio López, uno de los representantes más conocidos del realismo español, compartió ayer reflexiones sobre arte y, también, sobre vida

No fueron ayer sus pinceles los que conquistaron al público. Lo hizo su palabra, que enmudeció por completo al auditorio del Museo Carmen Thyssen. Nadie quería perder detalle de la narración del maestro, que habló de arte, de compañeros de viaje, de talento, de trabajo y, también, de vida. Antonio López, uno de los representantes más conocidos del realismo español y del que se pueden ver nueve obras en la muestra La apariencia de lo real que exhibe la pinacoteca malagueña hasta el 10 de septiembre, viajó hasta la ciudad para ofrecer la charla Pintar el tiempo. Y sus testimonios fueron reflejo vivo de ocho décadas en la creación española.

"Mi generación es hija de la guerra, nos tocó empezar en una España muy dura, en la que lo religioso tenía mucha fuerza y las cosas importantes de la vida, lo básico, estaba muy claro". Y eso, dijo Antonio López, "se ve en nuestro trabajo", comentó. Nacido en 1936 en Tomelloso, a los 13 años comenzó sus estudios de pintura en Madrid, impulsado por un tío pintor que vio en aquellas ágiles manos la virtud necesaria para dedicar su vida a ello. "Tenía una habilidad enorme para ser tan joven", recordaba con una sonrisa, al tiempo que aseguraba no poder reproducir ahora esos dibujos tan minuciosos. "Pero la técnica brillante no nos interesaba en esos momentos, porque nada vale sin el contenido, sin la parte emocional y la técnica podría suponer una distracción de lo importante", dijo López. Él y sus compañeros de generación, aquellos que también abrazaron la figuración como un lenguaje moderno con el que hablar de la cotidianidad y llenar el vació existente en el país, mantuvieron a raya su habilidad "para profundizar en lo esencial, el límite fue impuesto de forma voluntaria".

Por otro lado iban sus "amigos abstractos", que luchaban, al igual que ellos "con una sociedad llena de pasotismo a la que no le importábamos nada". En los años 50, señaló López, "todos pensábamos en marcharnos, todos se iban, aquí nadie nos hacía caso". Y, como subrayó, "el poco espacio que había lo ocupaban unos señores que ya estaban ahí y que no nos iban a dejar hueco". En la Europa más abierta, en los Estados Unidos, quizás podrían entender su "figuración nueva", esta forma novedosa de representar "la vida que vivíamos con este lenguaje".

Pero Antonio López no tuvo que buscar su propio exilio. "He tenido la suerte de encontrar en la pintura una forma de vida, algo que muchos no han podido", confesó. Y contó que la primera obra que vendió lo hizo a los 14 años, cuando realizaba un dibujo para la escuela de Bellas Artes mirando embelesado esas reproducciones de esculturas clásicas que le hechizaron desde su juventud. "Era una pareja muy elegante, ingleses, él un escritor de éxito, y cuando terminé el dibujo tuve que llevárselo al hotel Ritz", apuntó. "Entonces pensé que era pan comido, éramos muchos y se fijaron en mí, algo tendría", confesó el artista ante el auditorio del Thyssen.

Pero no fue tan fácil aunque nunca le faltó "ese milagro" que le hacía posible seguir hacia adelante con su arte. Le presentaron a la galerista Juana Mordó y fue uno de los artistas que inauguró su emblemático espacio con una colectiva. "La exposición se clausuraba a la mañana siguiente y no habíamos vendido absolutamente nada, pero llegó alguien que lo quiso comprar todo, siempre hay algo que me salva, cuando estaba con la lengua fuera siempre había alguien que venía con un vaso de agua". La exposición del 51, comentó, fue su "salvación" porque ese comprador era un galerista de Nueva York que le ofreció una muestra individual en la capital norteamericana del arte.

"América me ha echado muchas manos", reconoció el artista. A otros compañeros lo hizo, por ejemplo, Alemania. "En Nueva York lo vendí todo porque coincidió con el pop-art, algo que a los realistas nos puso al día, nos trajo al presente", dijo. Allí vendió su primera pintura de un baño. También la de una pareja haciendo el amor en Atocha que le retuvieron en la aduana neoyorquina por pornografía y que fue adquirida por un médico.

López habló de la escultura, "que me resulta más fácil que la pintura", porque dice ver las formas con facilidad y de la creación al natural, "que te conecta con la vida de una forma que nunca hará la fotografía". También de temáticas, "hemos trabajado los temas que hemos encontrado, simplemente ha sido poner las experiencias vitales al día", y de la conquista del realismo. "Se había pintado mucho Cristo, mucho Santo, mucha Virgen, pero aún estaba por representar la vida, lo cotidiano y eso ha sido una conquista del realismo y ahí nos hemos colocado por instinto", aseguró y confesó sentir "no haber sido más realista de lo que he sido y antes". Antes o después, sea como fuere, su conquista lleva décadas estando muy clara y ayer, con amabilidad y cercanía, volvió a dejar claro el por qué Antonio López es un maestro.

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