Cultura

Poveda triunfa y 'muere' con Jerez

Seis de la mañana y en la peña Chacón la noche es joven. Miguel Poveda canta a Lola Flores y unas cien personas le rodean a compás. David Lagos le canta a Jerez; Melchora Ortega forma el taco por bulerías; Londro pone el acento en un fandango que sobrecoge. Ali y Luis de la Tota sirven todo el arte en bandeja. Entran por la puerta Diego Carrasco, Moraíto y El Zambo. Palmas por bulerías les saludan. Otra ronda más, que invita la casa. Las cursillistas bailan, los artistas se confunden con los aficionados. El Festival de Jerez es un milagro flamenco. Poveda era entonces casi un desconocido.

Como cuando lo adoptaron en la calle Nueva. Por muchas vivencias como éstas, por muchas juergas en El Colmao, el viernes noche rindió en Villamarta un homenaje con Sin Frontera a una ciudad que considera la capital del cante, no la frontera.

Que no enciendan las luces, que no amanezca. El público, aún embriagado con tanto arte, se inclinó a los pies de todos los intérpretes. Pero la fiesta que se representaba, la que hace años vivió Poveda con 'El Zambo' en Los Juncales, origen de la obra y tema estrella de su disco Zaguán, tocaba a su fin. De propina apareció en escena Diego Carrasco para reventar el teatro junto a Poveda al son de Alfileres de colores, el cuplé torero que incluye el artista catalán en su último disco, el magnífico bis que regaló al público. Ole.

La obra resultó una propuesta brutal en cuanto a las buenas sensaciones y sencilla y coherente en lo teatral. Poveda sólo quiso sellar su pasión por esta tierra. Y lo hizo, de partida, al son de las bulerías al golpe de El Zambo. Moraíto, Andrés Peña, Carlos Grilo y Cantarote le hicieron compás con los nudillos y de la garganta del cantaor se pudo escuchar el timbre más gitano de los tiempos que corren. Tres tercios le bastaron para volver la piel del público como un calcetín, y lo más notable es que pellizcó al personal con aparente e insultante facilidad. Con registros que giraron desde la gravedad y el puro gesto ritual hasta lo más hondo y racial, rozando lo litúrgico en ocasiones y lo borde y lo burlón, cuando se retorció la letra por bulerías. Todo un repertorio el suyo, todo un portento.

A su lado se descubrió a Poveda -que dedicó la obra a Miguel el del Candela- invitando al diálogo desde Levante, dueño absoluto de las armonías y de los tonos que ponen los vellos de punta, alargando y recortando el cante. Parando sin dejar de cantar, a su antojo en las mineras y elevándose majestuoso en las malagueñas y los cantes abandolaos.

La soleá de Luis se intercaló como un puñal que taladró el patio de butaca y que paró el tiempo. El reloj puesto en escena carecía incluso de las agujas. Fue el suyo un cante desgarrador que llamó al ole con el que tantas fatigas han mitigado los flamencos. Y contuvo el aliento de la afición como Paula con su capote, con una templanza sobrenatural. Hasta Andrés Peña rompió a bailar.

La toná y el martinete fundieron a los dos artistas en la mesa que presidió el soniquete de Jerez y ambos sellaron su amistad. Muy pronto celebrarían el 'bautizo' de Poveda con fino de la tierra y a compás de las bulerías con las que narra sus vivencias en la calle Nueva. Al poco rato, ambos tenían la impresión de conocerse de toda la vida. Por tientos Poveda volvió a dejar claro que tiene un don para absorber cuantas propuestas llegan a sus oídos hasta convertirlas en algo propio tras imprimirles su sello. Y por tangos volvió a cantar pletórico en la voz y la emoción.

Inmenso y fuera de serie, Moraíto, gitano cabal y artista de los pies a la cabeza, abrió entonces la puerta de su corazón para proyectar unas bulerías soberbias en comunión total con Chicuelo, otro músico excepcional. Y en esto que El Zambo se vino arriba por seguiriyas confesando las penas negras del alma. En muchas fiestas se acaba llorando, pero anoche Poveda tenía aún reservadas unas antológicas alegrías que sacaron lo mejor de Andrés Peña. Y otra ronda, que todavía le parecía poco. Como si acabara de empezar, puso el momento quizá más emocionante con la letra que Antonio Gallardo parió para la octava maravilla que no es otra que Jerez.

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