Cultura

Razones cantarinas para la conversión apostólica

Teatro Alameda. Fecha: 3 de abril. Creación y dirección: Javier Ambrossi y Javier Calvo. Reparto: Macarena García, Gracia Olayo, Anna Castillo, Belén Cuesta y Richard Collins-Moore. Canciones originales: Alberto Jiménez y Jorge Cardona. Aforo: Unas 200 personas.

Conviene apuntar, de entrada, que los creadores de La llamada son un joven dúo que presenta con esta comedia musical su primera producción. Esto, como suele ocurrir, e independientemente del talento de los artífices, que no es poco, se traduce en consecuencias buenas y malas. A La llamada le falta dirección de actores, puesta en escena, concreción, ritmo, inflexión, contraste y matices. Al reparto, especialmente sus actrices más jóvenes, le delatan sus escasos recursos de dicción y posición, y tiende a resolverse a base de gritos (un mal común del joven teatro español actual) cuando lo que pretende es expresar emociones. Al mismo tiempo, sin embargo, La llamada tiene en la espontaneidad uno de sus mayores valores: hay magia, conexión y un desarrollo que, aunque sin la fluidez deseada, hace de la representación una experiencia satisfactoria. Al final, la balanza se inclina a favor de quienes han hecho posible La llamada: uno termina quedándose con lo bueno, que es mucho, antes que con lo malo, que quizá no estorba tanto. El ambiente ingenuamente naïf de la pieza juega a favor de su resolución, y aquí está la clave. Allí donde no llega la técnica, alcanza el alma.

Más allá de todo esto, lo mejor de La llamada es que se trata de un musical fuera de los cánones al uso. Su perfil naturalista, más próximo al karaoke, resulta no obstante deliciosamente cercano al off, y desde luego exento de las imposturas engoladas que tanto daño han hecho al género en los últimos años. Aquí, más que el tostonazo importado de Broadway, lo que luce es la proverbial decisión de ponerse a cantar, sin más, porque sí, ya sea por Presuntos Implicados o por Whitney Houston, con cierta inspiración británica, a lo Monty Python. La llamada se beneficia, y de qué manera, del más que solvente (y también joven) cuarteto que interpreta la música en directo: los instrumentistas ponen la fuerza que a veces uno echa de menos en el texto, por lo demás demasiado previsible y sujeto a clichés. Aunque la guinda la pone aquí un Richard Collins-Moore en estado de gracia que para colmo interpreta a Dios, un Dios salido del garito más nostálgico de Las Vegas pero Dios, al fin y al cabo. La lástima, maldita sea, es que Collins-Moore no comparezca en más ocasiones. En la rueda de prensa celebrada ayer en el Teatro Alameda, el actor consideraba lógico que, después de semejante papel, alguien le ofreciera un Hamlet. En realidad, ya no le hace falta. Seguramente, Shakespeare se lo habría pasado bomba con sus apariciones.

La llamada trata, por cierto, la cuestión religiosa con ánimo blandito, sin querer levantar polémicas. A lo mejor un poco más de guasa blasfema le habría venido bien al asunto, en atención especialmente de aquella sección del público que, quién sabe, todavía pueda ir al teatro en busca de una dosis de humor inteligente, sin tener que llegar a Samuel Beckett. Pero esto, insisto, es lo de menos. Lo mejor es que uno sale de La llamada con ganas de cantar, y sospecho que se trata de eso, ni más ni menos. Ya habrá más ocasiones para el arte dramático.

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