XXV festival de teatro de málaga Puesta en marcha de alta calidad para el certamen

Residuos humanos para una comedia

  • La revisión de 'Las amistades peligrosas' a cargo de Heiner Müller se convierte, en manos de Matthias Langhoff, en una experiencia de alto voltaje para el espectador con las mejores resonancias de Shakespeare

Aseguraba Muriel Mayette poco antes de la representación de anoche en el Cervantes de Quartett que, cuando comenzó a ensayar la obra en su propia casa con Matthias Langhoff, le costaba encontrar en el texto de Heiner Müller el carácter de comedia que muchos de sus compañeros de oficio celebraban sin reparos. No es para menos: el dramaturgo aseguraba que su intención al remover Las amistades peligrosas era "joder el juguetito" al respetable, lo que puede traducirse en una patada directa al estómago. Quartett es un agujero en el que ni la especie ni el individuo tienen a donde aferrarse. Si el alma es una membrana y Dios un fraude, el cuerpo no es más que otra excusa para mantener la ilusión, vana, de que habrá un final distinto a la cisterna. La muerte aletea durante la hora y media que dura el espectáculo y al final se consume en la esperada apertura de venas. Pero sí que cabe hablar de comedia, como puede serlo La metamorfosis de Kafka, en el sentido en que el público asiste al bochornoso intento de dos residuos humanos de parecer hombres. Müller pinchó además el bicho con más ahínco al reducir el cuarteto a dos actores, con los consecuentes cambios de sexo y personalidad. El resultado, aunque duela, mueve a la risa y a la complacencia. Roma reía cuando el león devoraba al siervo.

La lectura de Matthias Langhoff parte de la ventaja de la amistad que le unió al autor. Conserva el pesimismo atroz asumido desde Hegel y Schopenhauer y la ambición shakesperiana, resuelta en pasajes como la profanación de la tumba (que remite indefectiblemente a Hamlet) y el litúrgico final. Brecht se hace presente a través de la pantalla, que escupe a Popeye, King Kong, los cementerios, Stalin y Chaplin, retazos de un siglo que descubrió el horror de la finitud: "Espero que el infierno no nos separe". El sexo, siempre explícito, queda consagrado como elemento escénico desde su registro de desesperación hasta la blasfemia en la genial escena del sacerdote. Este Quartett es un delicado juego de equilibrios entre la palabra y el gesto, entre la amabilidad del acorde natural y la molestia de la atonalidad, sostenido por un trabajo interpretativo que debe recordarse como lección: ni a Mayette ni a Chattot les tiembla el pulso a la hora de arrojar el corazón a las cenizas. Saben descomponerse como personas para mostrar en cada escena los trozos más apropiados, carnaza, de los personajes.

Müller escribió en Quartett sobre lo que la humanidad puede esperar de sí misma. El teatro es un espejo. La comedia es mirarse.

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