Cultura

Reválida para un maestro

  • Tras su éxito con 'Madama Butterfly' en La Scala de Milán, Carlos Álvarez afronta un órdago de la mano de Verdi y Mozart hasta el próximo verano

Carlos Álvarez, junto a María José Siri y otras intérpretes, el pasado miércoles, en el estreno de 'Madama Butterfly' en La Scala de Milán.

Carlos Álvarez, junto a María José Siri y otras intérpretes, el pasado miércoles, en el estreno de 'Madama Butterfly' en La Scala de Milán. / efe

Con trece minutos de aplausos despidió el público de La Scala de Milán la nueva producción de Madama Butterfly con la que el emblemático escenario dio por inaugurada su temporada el pasado miércoles. Semejante bendición vino a confirmar que todo lo que se había puesto en juego había merecido la pena, aunque nadie las tenía todas consigo. En una imprevista maniobra, La Scala recuperaba la primera versión que Puccini facturó de su ópera, la misma que estrenó en 1904 en el propio teatro milanés y que fue recibida entonces con sonoros abucheos, pitos y carcajadas. Puccini emprendió ya entonces una abultada cirugía a su partitura hasta la alumbrar la versión más reconocida de su obra (tampoco exenta de retoques desde entonces), y a lo largo de este siglo y pico, con motivos evidentes, nadie se había atrevido a retomar el primer pulso de la Butterfly, su acepción original. Con tal de no ofrecer más de lo mismo, La Scala optó por meterse en el lío que todo el mundo había rehuido sin tener garantizado, ni mucho menos, el beneplácito del considerado como el público menos complaciente del planeta. Para colmo, los elevados precios de la taquilla habían suscitado una abultada manifestación a las mismas puertas de La Scala a la hora del estreno; si bien este tipo de concentraciones protagonizadas por aficionados furiosos son habituales, la del miércoles cobró un carácter más virulento con la incorporación de no pocos agitadores antisistema dispuestos a hacer resonar sus reivindicaciones en una Italia bien caliente tras el referéndum (y el chasco consecuente) de Matteo Renzi. De manera que la tensión debía masticarse intacta tanto dentro del auditorio como en sus inmediaciones, entre lo artístico y lo político, sin que en realidad llegara a distinguirse bien lo uno de lo otro. Pero la Butterfly subida a escena, con la dirección musical de Riccardo Chailly, gustó y se llevó el visto bueno de quienes sí habían podido pagarse su entrada. En las plateas, personalidades como el presidente de la República, Sergio Mattarella; el rey emérito de España, Juan Carlos I; y el ex ministro Alberto Ruiz-Gallardón se unían a los aplausos y confirmaban el fin de la polémica.

Pero entre las filas del reparto, aun con las mismas dosis de exigencia y responsabilidad, alguien manejaba claves bien distintas por personales. El barítono malagueño Carlos Álvarez, a quien La Scala volvía a encargar la apertura de su temporada, volvía al templo lírico de Milán con Madama Butterfly veinte años después de debutar en la misma escena con el mismo título, encarnando al mismo personaje (el Sharpless que tantas alegrías le ha proporcionado) y bajo la misma batuta. Compartía Álvarez elenco en esta ocasión con la soprano uruguaya María José Siri y el tenor estadounidense Bryan Hymel, un plantel de solistas que ha merecido los elogios de la crítica además del calor del público. A lo largo de estos veinte años, Álvarez ha gustado tanto las mieles del triunfo artístico, con una posición consolidada en la primera línea de la lírica internacional, como los sinsabores y las sombras de una enfermedad que amenazaba con dejarle sin cantar y a la que se sobrepuso con el mismo entusiasmo vital que exhala en cada actuación, en cada conversación, en cada exposición pública. El balance no puede ser otro: el Carlos Álvarez que revivió el momento más deseado de su trayectoria el pasado miércoles en La Scala de Milán es ya un barítono consagrado, admirado en todo el mundo y convertido en maestro para toda la generación de cantantes que ha venido detrás. Los aplausos, eso sí, fueron igual de elocuentes.

Madame Butterfly seguirá en La Scala hasta enero y a partir de entonces el malagueño encarrilará un órdago verdiano con tres títulos de su predilección: primero, ya en enero, un Falstaff en otro teatro fetiche para el cantante, el de la Ópera de Génova; en febrero hará lo propio con Otello (en el papel de Yago) en la Staatsoper de Viena con la dirección musical de Marco Armiliato. Y desde marzo hasta julio, Álvarez regalará un doblete de altura en el Liceo barcelonés: primero, hasta abril, de nuevo en alas de Verdi con Rigoletto; y entre junio y julio, con un mozartiano Don Giovanni y la batuta de Josep Pons. Y el mundo por montera.

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