Crítica de Cine

Silencio, esto es el cine

Una escena de 'Ojos de madera'.

Una escena de 'Ojos de madera'.

Cohabita tanto y tan buen cine dentro de la ópera prima del uruguayo Roberto Suárez, que podría decirse que la dificultad de afrontar estas líneas reside más en ordenar la tormenta de ideas que sigue a la proyección, que en encontrar sus virtudes. Podríamos sencillamente empezar hablando de la magnífica fotografía en blanco y negro. Del montaje, del diseño de sonido. O de una puesta en escena impecable; digna heredera del mejor cine clásico. Quizá mejor empezar por el principio: Víctor (Pedro Cruz) es un niño de diez años que, tras sufrir un accidente de coche y perder a sus padres, es recogido por sus tíos. En esta etapa, mientras se adapta a un nuevo barrio y al cambio de colegio, empezará a afrontar un proceso de estrés post-traumático.

La cinta, una coproducción uruguaya y venezolana, resulta tan humilde en las formas como exigente en lo simbólico. Dividido en seis actos, Suárez compone un artefacto visual complejo. Un recorrido sin guía por el museo de los miedos infantiles. De una riqueza tan majestuosa que, por momentos, puede hacerse fría. Porque Ojos de madera es también, claro está, una propuesta arriesgada. Exigente para el espectador. Deliciosa y extenuante en sus intensos 65 minutos de metraje. En ellos está Tourneur, está Polanski, está Truffaut. El acabado es tan delicado como certero. Sólo en una secuencia Suárez migra al color y nos hace partícipes de la retroscena. Con la información estricta y dolorosamente necesaria para hilar el puzzle de realidad y ensoñaciones de Víctor, y tomar consciencia de su universo. El universo propio de un pinocho al que sólo le falta ser de madera.

En su aislamiento, el niño sólo parece entenderse con una joven invidente. "¿Por qué siempre estás callado?", le indaga ella. Por supuesto, él no va a responder. Quien quiera participar de este juego, debe atenerse a las normas. La recompensa es altísima.

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