espectáculo Cirque Style irrumpió ayer en Málaga dentro del XXIX Festival Internacional de Teatro

Simulacros de magia en 'petit comité'

  • Cerca de un millar de personas acudieron anoche al Teatro Cervantes para presenciar parte de la magia del Circo del Sol en 'Balagan', al que le faltó espectacularidad y le sobró música

Apenas ha pasado un mes desde que Málaga presenciara de cerca la magia del Circo del Sol. Quizás por eso ayer costaba sentarse en la butaca del Cervantes y olvidarse de su influjo. Balagan no alcanza la espectacularidad de aquella Alegría en el Martín Carpena, aunque beba de su matriz. Cirque Style llegó ayer al Cervantes dispuesto a contagiar a cerca de un millar de personas de la singularidad de un circo que no se parece a ningún otro, peor se quedó solo en el intento.

Vale que sobre el escenario desfilara una treintena de artistas entre acróbatas, trapecistas, malabaristas, gimnastas y clowns, pero ninguno de ellos dejó al respetable con la boca abierta. Igual Misha Matorin tampoco lo pretendía. Al creador del espectáculo se le deben algunos de los más impactantes números de acrobacia de los montajes de esta factoría de ilusiones que es el Circo del Sol. Pero trasladar el virtuosismo de sus artistas y la estética barroca de sus propuestas a la intimidad de un teatro implica sacrificar buena parte de su esencia.

Balagan -término ruso que designa los mercados en los que tradicionalmente actúan los artistas ambulantes y callejeros- se vende sobre el papel como un espectáculo "alegre y extravagante que combina música, coreografía y commedia dell'arte" y que describe "una historia sobre alcanzar el sueño de volar". Pues bien, sobre las tablas se tradujo ayer en un montaje simpático, remedo del gran circo de Montreal que abusa de los arquetipos circenses y al que le sobra música electrónica y le falta talento coreográfico.

Aquí, el maestro de ceremonias también quiso sacar a gente del público para subirlos a escena, entretener con gags divertidos y reírse de la torpeza de los novatos en esto de las artes escénicas. Lástima que sus intervenciones no funcionaran como eficaz engranaje entre número u número. Ese "sueño de volar" tan sólo pareció intuirse en el acróbata que se elevaba sobre dos suertes de lianas de un lado al otro del escenario. Su presencia no fue suficiente para rellenar una hora y media de espectáculo, ni para provocar aplausos continuados.

Quizás faltó la perspectiva que da la carpa o un espacio de mayores dimensiones, porque este Cirque Style se perdía por momentos entre jorobados, novias desoladas, monjes, y otros personajes difíciles d e identificar. De la cámara de Tim Burton a las páginas de Lewis Carrol deambuló este Balagan, destinado a satisfacer a un público familiar, con pocas exigencias.

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