Crítica de Teatro

Teatro y otros alimentos

Si algo ha dado forma a nuestra cultura y tradición es la comida. O más bien, la falta de ella. El hambre es una característica propia de nuestro legado oral y escrito, de un pueblo que lleva siglos pasando fatigas y recurriendo a su ingenio para llevarse un mendrugo de pan a la boca.

En los salones del Hotel Vincci se cocina un espectáculo gastronómico que nos lleva a rebuscar en las alforjas de El Quijote, para transitar por los panes, los quesos y otras viandas del Siglo de Oro. Los comensales a la mesa esperan una degustación de olla podrida elaborada tal y como se describe en la biblia cervantina. Pero mientras esperan, el teatro alimenta el espíritu en forma de cabaré barroco-castellano.

Las cuerdas del violonchelo de Mauricio Yamamoto nos pasean por el barroco más clásico, para luego jugar a versionar temas actuales con un sampler y una destreza con los que una no echa de menos más orquesta. Pero el peso real del show lo carga con gusto David García-Intriago, a modo de bululú moderno, en un homenaje sentido a los cómicos de la legua. El maestro de ceremonias es un hombre entregado a la causa, cuyo empeño es generar una permanente complicidad con los invitados a su mesa. Transita con humor por episodios paradigmáticos del loco de la Mancha, con digresiones, imitaciones y guiños a la actualidad. Y aunque algún chiste se quede descabalgado, su insistencia y su afán por conectar hacen que el espectador se deje llevar por su energía. Sin embargo, no todo es comedia: el actor no solo hace gala de su arte también dramático dando cuerpo y lágrimas a la mujer de Sancho, sino que también es consciente de su capacidad y oportunidad didáctica. Un acto de amor al teatro más sencillo, verdadero alimento.

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