Cultura

Teoría del movimiento para cámara revuelta

Teatro Echegaray. Fecha: 18 de febrero. Músicos: Rodrigo Leao (teclados), Ana Vieira (voz), Celina da Piedade (acordeón, percusión, voz), Viviena Toupikova (violín), Bruno Silva (viola), Marco Pereira (violonchelo), Luis Aires (bajo), Luis San Paio (batería), Gomo (voz invitada). Aforo: Unas 300 personas (lleno).

Que el ritmo implica movimiento per se, sin necesidad de su expresión mediante la danza, no es ni mucho menos una idea nueva a estas alturas. La música no se desarrolla en el tiempo: también en el movimiento, en la alteración de lo estático. Y es aquí donde este arte encuentra su elemento más sentimental, más directamente ligado a la emoción, con mayor eficacia, si cabe, que la melodía. Viene todo esto a cuento porque Rodrigo Leao construye su música a partir de una noción muy precisa de movimiento: su carrera, tras la salida de Madredeus, ha transitado felizmente desde unos albores quizá excesivamente racionales, deudor en parte de Wim Mertens, hasta un sincretismo que abraza con gozo lo popular, del tango (quién lo iba a decir, pero no resultaría descabellado afirmar que Leao es uno de los compositores que mejor parece haber comprendido lo que pretendió Piazzolla, con permiso de César Stroscio y otros maestros) a la chanson pasando por el pop y, claro, los géneros lusitanos de ambas orillas del Atlántico. En su concierto de ayer, en el que presentó con su Cinema Ensemble su último disco, A mae, Leao demostró no sólo que no ha rebajado un ápice sus exigencias, sino que, al contrario, esta síntesis, en la que el cine y su memoria conservan un lugar de honor, le ha permitido indagar en el asunto del movimiento donde la sola matemática no alcanzaría.

Dicho de manera sencilla: el concierto de Leao y su grupo fue muy divertido. Las canciones de A mae transitaron en la fabulosa voz de Ana Vieira, carismática, certera, y del invitado Gomo, quien añadió un cierto tono crooner que no estuvo entre lo mejor de la noche pero tampoco desmereció. Como ocurre con este disco, lo vocal presentó en el Echegaray cierta preeminencia, lo que revela también a un Leao que definitivamente ha encontrado en la canción el formato idóneo para desarrollar sus inquietudes. Lo melódico, en este sentido, añade virtud y calidad al movimiento: no había más que ver el oscilante meneo de testas de buena parte del respetable en las butacas. Lo mejor, no obstante, fue el discurso, que creció desde lo que todo el mundo puede esperar de un concierto de Rodrigo Leao hasta una verdadera fiesta en la que la deliciosa participación de Celina da Piedade como gran estrella resultó decisiva para subir un escalón más hacia el cielo. En esta banda sonora de exquisita tez babilónica Leao sí ha encontrado la clave para decir mucho con poco (o aparentemente: el compás regular está lleno de sorpresas en su amueblada cabeza); y el público, entregado, lo agradeció en pie.

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