Crítica de Cine

Territorio de lealtades

El mundo es nuestro supuso en 2012 un soplo de aire fresco independiente para un género algo anquilosado a nivel de taquilla, en un momento en el que Torrente ya había agotado la fórmula, y Ocho apellidos vascos era todavía un proyecto de Borja Cobeaga. Decididamente gamberra tanto en lo visual como en lo estructural, la propuesta de Alfonso Sánchez y Alberto López resultó entonces una cinta con un encanto innegable. Hábilmente capaz de revocar los prejuicios que sobre ella pudieran tenerse.

Seis años después, no sucede lo mismo con El mundo es suyo, una suerte de secuela de aquella, centrada en esta ocasión en otro vértice de la sociedad sevillana: la clase pudiente. Para darle alcance, Sánchez se cubre de una producción con mayor empaque pero, en el salto, se deja por el camino tanto la frescura como la empatía que generaba aquel dúo de perdedores. Se adorna la cinta, eso sí, con persecuciones, planos aéreos, despliegues técnicos de toda índole y un sinfín de personajes secundarios. Pero sin el salero de antes, el resultado sabe a poco.

Que la crítica en este caso apunta a las altas esferas, es cierto. Pero que al institucionalizar dicha crítica pierde gran parte de su poder, también lo es. El mundo es suyo pretende llamar tanto la atención sobre su denuncia que la convierte en el eje central del metraje, tornando la moraleja en algo blando, previsible. De una superficialidad revisitada, si la comparamos con la gran referencia de la incorrección mainstream en que se erigió Torrente a lo largo de su saga.

De difícil encaje en una sección oficial que acababa de presentar un film como Ojos de madera, en salas probablemente los más acérrimos de la primera entrega querrán disfrutar de ella. "¿Qué seríamos hoy en día sin la lealtad?", se pregunta uno de los personajes. Probablemente nada. Sin la lealtad de un amigo, de un compadre, de un festival con sus patrocinadores…

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