Crítica de Teatro

Tiempo escénico, reloj biológico

juanita calamidad

Festival de Teatro. Teatro Echegaray. Fecha: 14 de enero. Compañía: Chirigóticas. Texto y dirección: Antonio Álamo. Reparto: Ana López Segovia, Rocío Marín y Alejandra López Segovia. Aforo: Un centenar de personas.

Para un crítico poco exigente, Juanita Calamidad es el complemento perfecto para el expediente Bescansa del Congreso de los Diputados. Pero la anti-Yerma de Antonio Álamo es mucho más: el verdadero protagonista de la función es el tiempo, encarnado en un fabuloso reloj biológico que se traduce en una contingencia brutal materializada en inexplicable deseo. La protagonista, que no quiere tener hijos, y que termina teniendo uno pasados los 40 en una suerte de inesperado trance con el que pone punto y final a su agónica condición de bala perdida (sí, nuestra Juanita es la presunta a la que echan de todos los bares), rechaza cualquier tipo de representatividad generacional: hay por ahí, incluso entre su misma familia, otras mujeres cuyo instinto floreció mucho antes, en virtud de lo que dicta la norma. Así que el tiempo es un agente contrario al desorden que termina poniendo las cosas en su sitio, aunque el desorden no termina: simplemente, si acaso, cambia de bando. Lo mejor del montaje de Antonio Álamo es cómo ese tiempo vital y orgánico se ajusta al tiempo escénico; lo que se cuenta aquí es la misma vida, la evidencia dictada por Heráclito de que nadie se baña dos veces en el mismo río y de que, si te empeñas en lo contrario, el río te termina expulsando; y esta cadencia prolongada, de revelación abrupta pero de consecuencias prolongadísimas, se sirve en un objeto teatral vertiginoso, divertido, articulado con precisión y en el que cada mínimo gesto dice mucho: así es como se construye el tiempo en un escenario.

Las Chirigóticas imprimen su sello con una espontaneidad aparente, expresada en las coplas arrebatadas, que encierran detrás mucha sabiduría teatral, mucha medida de las situaciones y un sentido de la interpretación pertrechado en el darse, en el máximo aprovechamiento de los recursos. El reparto se ajusta a esta narración de los tiempos con solvencia, siempre en su sitio, tanto en el exceso grotesco como en la quietud más parecida a una derrota. Las tres actrices se revelan magníficas ante un reto no precisamente sencillo, donde el ritmo lo impregna todo y habla y cante se confunden. Lo suyo es teatro puro, muy de verdad. Del que huele. Bravo.

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