Cultura

Tirios y troyanos

  • Para combatir las altas temperaturas, nada mejor que una lectura refrescante como 'El verano de nunca acabar', la segunda novela firmada por la enigmática Margarita Melgar

Montse Ganges vino al mundo en Barcelona y Ana Sanz-Magallón hizo lo propio en Madrid. Ignoro donde nació Margarita Melgar, si en la ciudad condal o en la Villa y Corte; su presentación en sociedad fue hace cosa de un año con La mujer del siglo (La esfera de los Libros), que leeré apenas se me presente la ocasión. Esta primavera, Margarita Melgar -el embozo tras el cual se ocultan Ganges y Sanz-Magallón- volvió a las andadas con El verano de nunca acabar (Harper Collins), que sí tengo el gusto de haber leído, una novela desinhibida y regocijante en torno a esas dos Españas que tanto montan, montan tanto. Según la(s) autora(s), El verano de nunca acabar surgió como "una reacción alérgica al frentismo patrio"; o sea, como respuesta airada y oxigenada a la costumbre tan ibérica de posicionarse en un extremo de la balanza y no apearse de ahí ni a tiros.

La novela entra sin miedo ni vaselina en terrenos ciertamente espinosos. En el libro se habla de una "izquierda caviar" -felicísima definición de ese izquierdismo que usted y yo sabemos- y de una "derecha ultramontana" -en acertada adjetivación, una vez más, de esa derechona que usted y yo tenemos en mente-, pero los pares de opuestos son otros muchos en este ruedo ibérico.

'El verano de nunca acabar' surgió como "una reacción alérgica al frentismo patrio"La 'izquierda caviar' es la felicísima descripción de ese izquierdismo que usted y yo sabemos

En El verano de nunca acabar tenemos a fachas y rojos, carcas y progres, meapilas y quemasantos, pues sí, pero también taurinos y antitaurinos, comprometidos y pasotas, carnívoros y veganos, listos y tontos, tontos y listos, y un kilométrico etcétera. El dramatis personae -oscilante entre el jamón de pata negra y el chorizo de cantimpalo- ofrece una completa selección de la fauna autóctona, reconocible, familiar incluso. Uno de los personajes, en concreto, es un okupa que yo he visto recorrer las calles del Albaicín, indolente, las tardes de sol: se llama Carlos, lo conocen por Chaplin.

El enredo es verbenero, fallero, berlanguiano. Resulta que Doña María del Pilar Santamaría y Quiñón de Barros, condesa además de viuda, reencuentra en la residencia para ancianos a un amor de adolescencia, Carlos Ochoa Hernández, rojo por los cuatro costados, y deciden consumar lo que la Guerra Civil truncó aquel verano del 36. La parejita vende sus respectivos bienes, compra un terreno en Alhorín del Cerro y se rompe la crisma cuando se disponía a beber la copa de la vida hasta las heces. Así, de golpe y porrazo, la familia Santamaría, votantes del PP (o algo peor), se encuentra como copropietaria de un terreno junto a la familia Ochoa, izquierdosos del primero al último, simpatizantes de Podemos (o algo peor). La intención primera de cada bando es endosarle al otro su parte de la propiedad y desaparecer del mapa pero, durante una visita a la finca, los Santamarías se dan cuenta de que abunda la caza y podría montarse un coto de caza con dos pares de…, y los Ochoas descubren las buenas vibraciones que emite la pachamama en estos parajes y barruntan que podría levantarse un templo de comunión con el Cosmos allí mismito, de modo que empiezan a hacer maniobras para comprarle al contrario (lo más barato posible) su mitad del terreno. Y entre unos y otros la lían parda, que es decir poco.

La comedia es un género difícil. (Lo fácil es o bien pasarse o bien quedarse corto). Margarita Melgar demuestra un perfecto dominio del tempo narrativo y de la articulación y dosificación del chiste, el equívoco y la ironía. El verano de nunca acabar cumple perfectamente el cometido de buscarnos las cosquillas al tiempo que nos alegra el día. La(s) autora(s) partían de una premisa inmejorable: "Los extremos ridículos a que nos lleva el frentismo son más reconocibles si los vemos como la paja en el ojo ajeno en vez de la viga en el nuestro". Así ha sido desde que el mundo es mundo.

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