Literatura

Todavía el dandismo

  • Pre-Textos publica las memorias de Harold Acton, un personaje fascinante que dejó de lado la superstición de las vanguardias por la atracción del Oriente milenario

Miembro significado de la llamada generación de Brideshead a la que pertenecieron, además del gran Evelyn Waugh, el viajero Robert Byron, el crítico Cyril Connolly o el novelista Anthony Powell, todos ellos excelentes escritores ingleses del tiempo posterior a Bloomsbury, Harold Acton fue tal vez el más ingenioso y brillante del grupo, aunque su formidable talento no llegó a cristalizar en obras tan incontestables como las de sus compañeros de facultad, entre los que también se contaban George Orwell o Henry Green. Nacido en el seno de una distinguida familia angloitaliana, perteneciente a la antigua, numerosa y extravagante colonia británica de Florencia, Harold Mario Mitchell Acton se educó en Eton y Oxford, donde ejerció su carisma como árbitro de la elegancia, tardío exponente del dandismo y esteta decadente a la ya entonces vieja pero todavía escandalosa manera de Wilde. Poeta, narrador, ensayista e historiador, su diletantismo se orientó al estudio del arte y la cultura italiana que había podido apreciar desde niño, pero también de la civilización china que le deslumbró y llegaría a conocer como pocos de sus contemporáneos.

Publicada en 1948, la temprana autobiografía de Acton, que se cierra el año de su vuelta a Europa con motivo del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cubre tan sólo los 35 primeros años de vida de un escritor que murió nonagenario. Es probablemente su mejor libro, que tendría continuación décadas después en More memoirs of an Aesthete, publicado en 1970 y todavía inédito en castellano. Crecido en un entorno familiar refinado y cosmopolita, Acton fue educado en el culto a la Belleza y se mantuvo toda su vida fiel a ese principio, de ahí la elección de un título, el de esteta, que sabía anticuado y rodeado de connotaciones negativas. Pero no hay más que ver los hermosos jardines de Villa La Pietra, la espléndida residencia familiar situada a las afueras de Florencia, para entender que esta inclinación no respondía a una mera pose, aunque Acton buscó y supo encontrar fuentes de satisfacción estética en escenarios muy alejados de la Toscana. Londres, París o Pekín, donde pasó siete años decisivos antes de volver a Inglaterra -a la que nunca profesó demasiada estima- para alistarse en la RAF, son algunas de las ciudades que marcan esta primera etapa de su vida.

Fue autor de casi una treintena de libros, pero lo cierto es que su nombre, no obstante sus múltiples saberes, ha quedado asociado a una caricatura. En efecto, suele decirse que Evelyn Waugh, supuesto amante ocasional de los años de Oxford, se inspiró en Harold Acton para caracterizar el personaje del exquisito Anthony Blanche en Retorno a Brideshead, aunque ambos lo negaron siempre. En todo caso, el "pequeño fauno" -como lo llama aquí- le dedicó su primera novela, la extraordinaria Decadencia y caída, cuyo éxito coincidió con la discreta acogida reservada a una temprana y fallida novela de Acton. En Una educación incompleta, cuenta Waugh cómo la "respuesta cortés, pero heladora" de Harold al envío de los primeros capítulos de un intento primerizo y abandonado -"demasiado asentimiento y cabeceo ante la botella de oporto", le decía en una carta-, provocó, junto a otros reveses, un poco decidido y felizmente infructuoso intento de suicidio. Años después, en estas Memorias, Acton se queja de la "fama indirecta, casi póstuma" que le ha granjeado la cordial dedicatoria de su amigo.

Pero otros muchos escritores recorren estas páginas de amenísima lectura, que contienen estupendos retratos de Gertrude Stein, Ezra Pound, Jean Cocteau, Willie (Somerset) Maugham o los célebres hermanos Sitwell, de quienes Acton era íntimo. Es verdad que Harold, cuya homosexualidad -como la de su malogrado hermano William- nunca fue un secreto, se muestra bastante discreto o sorprendentemente reservado al respecto, dado su carácter expansivo y las costumbres más bien licenciosas que sabemos, por testimonios fiables, que ocupaban sus ocios, en particular el trato con los muchachos jóvenes. Pero unas memorias no tienen por qué ser unas confesiones. Y más que los devaneos sentimentales o las confidencias escabrosas, nos interesa de Acton su apuesta extemporánea por un modelo de belleza muy alejado de los cánones de la época o el relato de su fascinación por el arte y la poesía de la antigua China, que conoció en los años previos al estallido de la Revolución. "Había cometido errores y desperdiciado mi talento, aunque veía mis fracasos como otros tantos jalones en mi peregrinar en busca de algo más hermoso, en pos de lo supremamente bello". Esto lo escribía antes de haber cumplido los cuarenta, pero hay frases que justifican toda una vida.

Harold Acton. Traducción de Tomás Fernández y Beatriz Eguibar. Pre-Textos. Valencia, 2010. 670 páginas. 35 euros.

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