Cultura

Versos de aceituna y jazmín

  • La editorial Almuzara ha recuperado un excelente ensayo del cordobés Agustín Gómez sobre la influencia del flamenco en la obra de Federico García Lorca

En 1999, al socaire del centenario del nacimiento de Federico García Lorca -uno de los aniversarios más sobreexplotados del que uno guarda memoria-, el cordobés Agustín Gómez publicó un ensayo hoy ampliado y, sin duda, mejorado: El flamenco a la luz de García Lorca (Almuzara), un texto que deja con la boquita abierta incluso a los profanos en la materia. Agustín Gómez habla de Lorca y el flamenco, y del flamenco y Lorca, dos universos interconectados, pero no intercambiables, como más abajo se verá.

La importancia del cante en el de Fuente Vaqueros está fuera de discusión: en este género popular, el poeta encontró unos ritmos peculiares y un arsenal simbólico inagotable, un pulso acelerado y febril, un grito, un lamento, un ¡ay de mí!, que convertiría en versos "de aceituna y jazmín", vibrantes. En palos como la siguiriya, García Lorca tenía todo cuanto necesitaba: "no hay emoción que no quepa en la siguiriya -había escrito Guillermo Núñez de Prado con anterioridad-; no existe una sola fase del corazón hecho para sufrir que ella no encierre en sus notas; no hay lágrima que no desfile, suspiro que no exhale, queja que no lleve al infinito cuando brota en la garganta de un hombre, dolor que no exprese, drama que no describa, tragedia que no cante".

En el flamenco, el poeta halló un mundo de pasiones afín a su naturaleza pasional. ¿Y cuándo comienza a cultivar este interés? Debió de ser en edad temprana, pues a los 21 años ya tenía listo el Poema del cante jondo, un puntal decisivo en el edificio lorquiano. Esta herencia le llegó entremezclada a otras tradiciones orales como la de los romances, que confesaba haber escuchado en su niñez a sus amas de cría, convertidos ya en letrillas de canciones (el "agitanamiento" del romancero era habitual entre las gentes antes de que él acometiera la redacción del Romancero gitano). García Lorca reconocía una serie de influencias, Manuel de Falla a la cabeza, pero se dejó en el tintero algunos nombres de escaso relumbre que no hubieran quedado bien en el currículum. No es una práctica inusual entre los literatos fijar las genealogías que más les atraen, elegir los referentes que más les convienen, en el ingenuo convencimiento de que basta con invocar su presencia para que entren en nuestra obra. De ahí el empeño de Agustín Gómez de poner los puntos sobre las íes y desmentir a quienes sostienen que todo cuanto Federico García Lorca aprendió de flamenco fue de grandes maestros o por "ciencia infusa", una cláusula cómoda que evita al historiador tener que bajar a las catacumbas de la poesía, y una actitud típica de quienes todavía creen en la Inspiración en mayúscula, y en señoritas de buen ver, cabellos sedosos y perfumados, las Musas, que tocan la frente de los elegidos con unas manos de impecable manicura.

Agustín Gómez señala dos posibles ascendentes de García Lorca, dos literatos arrumbados a los arrabales de la Historia de la Literatura: la madrileña Rosario de Acuña, interesada por la copla y autora a su vez de letras para coplas, y el cordobés Guillermo Núñez de Prado, de quien hemos leído líneas más arriba esas reflexiones "tan lorquianas" sobre la siguiriya. ¿Y a qué respondería este olvido? Hay una cosa cierta. A García Lorca le habría gustado erigirse en descubridor de esta música para la poesía; en una carta fechada en enero de 1922 y dirigida a su amigo Adolfo Salazar, nuestro paisano escribía a propósito del Poema del cante jondo: "Los poetas españoles no han tocado nunca este tema y siquiera por el atrevimiento merezco una sonrisa". La faena de Agustín Gómez no acaba aquí; el ensayista cuestiona algunas ideas de García Lorca sobre el flamenco e insiste en que su relación con éste debe encuadrarse en una etapa concreta de su historia -la llama "etapa burguesa"-, aunque esto parece dirigido contra esa rama de la flamencología inspirada exclusivamente en el lorquismo. Las cuentas cuadran, dicho sea sin menoscabo de la poesía lorquiana. No importa llegar el primero; lo importante es llegar alto y -esto no lo discute Agustín Gómez en ningún momento- los versos de Federico García Lorca vuelan muy arriba.

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