Cultura

Viaje a la memoria

  • Seix Barral publica un conjunto de historias de la etapa más temprana de Kawabata en las que se advierten las inquietudes que tendría luego el autor

Yasunari Kawabata se ha convertido en el referente indiscutible de la literatura japonesa moderna en Occidente. A esto ha contribuido, sin duda, que el autor ganara el Nobel de Literatura en 1968 y que, además, fuese el primer escritor japonés que se hiciese con este importante galardón. En ese momento, apenas una docena de sus obras se había traducido al inglés, y muy pocas a otras lenguas occidentales. El jurado del prestigioso premio valoró su capacidad y "pericia narrativa, capaz de expresar la idiosincrasia japonesa con enorme sensibilidad" y con esta aseveración diseñó la etiqueta indeleble que hasta ahora ha colgado de la obra del autor y marcó también las bases de lo que en Occidente se entiende por sensibilidad japonesa.

Seix Barral recupera ahora, bajo el título genérico de La bailarina de Izu, un puñado de historias del primer Kawabata, unidas por un desigual carácter autobiográfico, que traduce del inglés María Martoccia. En la primera parte del libro, el lector se enfrenta a un conjunto de relatos que contienen las querencias, obsesiones y afinidades que empiezan a definir el carácter de una obra sólida y extensa que se prolongará durante más de 50 años. La soledad, el desarraigo, el miedo a perder la cordura en medio del dolor y la escritura como catalizadora de la desventura están presentes en estos textos, pero también el exquisito lirismo, la identificación con la naturaleza, el desvelo y la atracción hacia la belleza, la constatación de ese doble sentimiento de tristeza y emoción ante ella.

En la primera de estas historias, la deliciosa novelita que da título al volumen, un joven estudiante, trasunto del autor, realiza un corto viaje con un grupo de cómicos en pos de los pasos de una joven bailarina en la que encontramos el germen de los personajes femeninos, enigmáticos, puros y distantes que lograrán forma definitiva en otras novelas de madurez del autor. La belleza femenina como reflejo de un estado interior, mezcla inquietante de espiritualidad y carnalidad, toma forma en la figura menuda y el rostro encantador de la jovencísima bailarina. El amor irrealizable se perfila como el amor ideal y traza el inicio de un camino que en obras posteriores, como en Lo bello y lo triste, asumirá perversos derroteros.

Tras este pórtico de sensualidad exacerbada, otras cuatro historias que giran en torno a la pérdida, la soledad y el desasosiego de saberse solo en el mundo y que responden a la realidad vital del autor, huérfano desde muy niño y que perdió al último de sus parientes directos, su abuelo, a los 14 años. Fruto de esa pérdida dolorosísima es el Diario de mi decimosexto año, en el que Kawabata relata su vida junto a su abuelo ciego y moribundo. Este diario fue revisado y publicado, con notas adicionales, cuando el autor tenía 27 años, e incluye unas "consideraciones finales" del Kawabata ya maduro. Además del interés que estas anotaciones tienen como testimonio vital, en ellas encontramos la preocupación del autor por una cuestión que también estará presente a lo largo de su obra, la reconstrucción de la memoria desde la ficción para explicarse el dolor del pasado y su superación para afrontar el presente.

Incide en este aspecto el brevísimo relato Recolección de cenizas, en el que Kawabata reconstruye desde la ficción el episodio real del entierro de su abuelo. También la reconstrucción de la memoria juega un papel fundamental en Aceite. En este relato intenta poner en pie, desde la ausencia de recuerdos reales, los sentimientos vividos ante la pérdida de sus padres. Las anécdotas narradas por sus parientes sobre su comportamiento en esos días se convierten el único reducto posible para reconstruir su historia personal.

En Experto en funerales la muerte y sus ritos se perfilan como elementos definitorios de la existencia. La habilidad del protagonista para hacer frente con elegancia, emoción contenida y serenidad a los funerales de varios parientes hacen de él una especie de "profesional", lo dotan de carácter propio, le dan, de algún modo, su razón de ser. Es éste un texto de una austera emotividad. No esconde sus sentimientos de soledad y desamparo, pero encuentra la manera de encajar la pérdida de su familia con admirable resignación: "En cuanto a las ropas ceremoniales que me dejó mi padre, sólo una vez me las puse para una ocasión alegre, la boda de mi primo. Toda las otras incontables veces, las llevé para ir al cementerio".

Dieciocho "historias escritas en la palma de la mano", que no habían sido traducidas hasta ahora al español, completan el volumen. Kawabata empezó a escribir estos pequeños relatos en 1923 y siempre volvía a ellos de manera intermitente. Para él estas pequeñas joyas escritas en una prosa sutil y evocadora eran "la esencia de su arte" y como tales nos revelan la esencia de su escritura.

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