cine Un clásico a la altura del siglo

Un alegato para la pantalla sonora

  • El cine Albéniz proyecta hoy con tres pases y de manera extraordinaria 'El gran dictador' de Chaplin, la película que tras su estreno en 1940 cambió para siempre la relación entre la política y el séptimo arte

La posibilidad de ver los grandes títulos del cine clásico en salas comerciales y en versión original subtitulada, al igual que en las grandes capitales españolas, constituía una reivindicación histórica de la cinefilia malagueña que, después de muchos años, llegó a buen puerto cuando el cine Albéniz decidió recoger el guante tras su reforma y su adscripción municipal. Pero pocas veces este privilegio, que en realidad debería consignarse como derecho extensivo a la mayoría (posiblemente una mayoría no ha sido nunca tan necesaria), ha tenido el sentido pleno del que dispondrá hoy, jueves, 12 de julio: el multicines de la calle Alcazabilla programa de manera extraordinaria, únicamente para esta jornada, en tres pases (a las 17:00, las 19:30 y las 22:00) y en la escrupulosa VOS, El gran dictador de Charles Chaplin. La oportunidad de ver esta obra, proyectada en los foros más variopintos, en una sala de cine, exactamente el recinto para el que fue creada, constituye un evento cultural por el que esta ciudad debería felicitarse. Y de paso, cabe considerar la oportunidad, en todos los sentidos, de brindar hoy al público esta obra maestra.

Charles Chaplin comenzó el rodaje de El gran dictador el 9 de septiembre de 1939, justo nueve días después del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces, el realizador británico, a pesar de haber tenido a sus pies a Hollywood, se había resistido al cine sonoro. Pero pocos motivos pueden justificar el hecho de que una película hable como los que aquí competen. Junto a Chaplin estaba Paulette Godard, con la que ya había trabajado en Tiempos modernos, y otros grandes intérpretes de la época como Jack Oakie, Reginald Gardiner y Henry Daniell. Para este filme, que Chaplin había asumido como un nuevo debut, el actor y realizador desplegó la impronta de gran producción pero las dificultades no tardaron en llegar. Estados Unidos mantenía aún entonces una posición neutral respecto a la guerra librada en Europa y los enlaces políticos de Hollywood habían intentando convencer a directores y productores de que no merecía la pena abordar el asunto del nazismo, por más que Hitler y toda su parafernalia megalómana representaran una tentación difícil de rechazar. Chaplin mantuvo su empeño en dirección contraria y su capricho se tradujo en un rodaje permanentemente retrasado, interrumpido, boicoteado, amenazado y prolongado finalmente durante nada menos que 559 días (cuando se celebró el estreno en Nueva York, en octubre de 1940, la cinta aún no estaba terminada; habría que esperar a la puesta de largo en Londres en diciembre del mismo año para disfrutar de un montaje más desarrollado, aunque ni siquiera entonces definitivo). Lo que ocurrió después es bien sabido: El gran dictador obtuvo cinco nominaciones a los Oscar pero no ganó ninguno, la crítica hizo gala de una recepción dispar y Chaplin fue denunciado por el Comité de Actividades Antiamericanas, que interpretó el impagable discurso final como una apología del comunismo. Hitler no tardó en hacerse con una copia de la película y la vio ya en 1940 en su sala de proyecciones particular; aunque cierta mitología afirma que el führer disfrutó de lo lindo con el filme, lo cierto es que no llegó a pronunciarse, aunque parece que la vio más de una vez. En 1958, con motivo del estreno de la película en Alemania, Chaplin afirmó que, de haber conocido el horror de los campos de exterminio, nunca la habría rodado. Aquello, en el fondo, no era más que una sátira, una caricatura. Pero en esta naturaleza reside su condición única.

El gran dictador ha dejado a la Historia escenas impagables: la del jefe supremo que en pleno delirio empieza a jugar con la bola del mundo con ánimo tan siniestro como infantil, la del barbero que ejecuta su oficio como coreografía de la Danza húngara nº5 de Brahms y el discurso final, claro, ese alegato que por fin dignificó el cine sonoro y que toda persona debería escuchar al menos una vez en la vida. Pero, más aún, esta obra rara e inagotable demostró hasta qué punto el cine estaba dispuesto a tomar el pulso a la Historia. Hoy pueden comprobarlo en pantalla grande, como Dios manda. Porque aquella Historia sigue siendo la misma.

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