Cultura

El arqueólogo en el lienzo

  • El artista malagueño Pedro Escalona presenta en el Rectorado su última exposición, 'Objeto deseado', en la que da cuenta de su estética plena de tiempo y poesía

Pablo Picasso tenía miedo de las cosas. Les adjudicaba cualidades e intenciones a menudo dañinas, cuanto menos imprevisibles, en un curioso caso de animismo europeo. La exposición de Pedro Escalona (Fuengirola, 1949) Objeto deseado, que se inauguró recientemente en el Rectorado de la Universidad de Málaga (donde podrá visitarse hasta el próximo día 31), comparte en gran medida esa apreciación. Lo tangible, la materia amoldada, no es un elemento efímero y distante, sino que contiene, como quisiera Platón, esencias y contingencias de realidades a priori distintas. El reto de quien observa es seguir la pista y, si no dar con la clave, al menos dejarse embaucar por el misterio.

Escalona ha construido su carrera poco a poco, sin hacer ruido. Su trayectoria cuenta con exposiciones y obras repartidas en algunas de las galerías y ferias más importantes de Europa, pero todavía una exposición suya en Málaga se abre al público con una discreción que parece salida de los mismos cuadros. Sin embargo, todo en Objeto deseado invita al visitante a detenerse en cada lienzo. La impresión primera revela que Escalona ha pretendido recrear a través de las más de 60 piezas (en su mayoría óleos, aunque se incluyen algunas pequeñas esculturas y azulejos) un museo arqueológico, como el juego de un museo dentro de un museo: las pinturas reproducen, en un exquisito despliegue hiperrealista, toda suerte de vasijas, ornamentos, fragmentos, aras, terracotas, kálatos, lámparas de aceite, cuencos, fusayolas, empedrados y hasta las piletas de garum a las que tan familiarizados están los malagueños. La figuración es minuciosa a la hora de añadir a cada elemento el paso del tiempo, con diferentes resultados de desgaste a ojos del espectador; pero también lo es a la hora de inventar el museo arqueológico: la fijación de vitrinas, repisas, urnas, mesas y todo tipo de depósitos, en vivos contrastes de luces, responde a mucho más que el género del bodegón, y a la vez somete a éste a nuevas leyes: cada obra se dirige directamente al pasado de quien mira, porque en sus recuerdos los restos arqueológicos han sido presentados de esta manera, ordenados en estos resortes. Quien desea aquí al objeto, en el fondo, es la memoria, contenedora (otra vez Platón) de una sabiduría que sólo se puede recobrar.

Como explica en el texto del catálogo el crítico Mario Virgilio Montañez, la ausencia absoluta de presencias humanas en favor del objeto implica una base teológica: la que se concluye de la latencia de la divinidad. ¿Qué misterioso atractivo ejercen en los hombres los objetos de la antigüedad, que se muestran heridos e incompletos por el paso del tiempo? La urgencia para constatar que existe una realidad superior a él mismo, como ya preconizó María Zambrano. Hay una religiosidad intacta en cada vaso, en cada ídolo superviviente de milenios. Escalona plantea un borgiano juego de espejos al crear de sus propias manos este rastro de divinidad y a la vez exhibirlo mediante las reglas del hiperrealismo como si fueran absolutamente auténticas, como si el artista fuera aquí no más que otro testigo, si acaso alguien que levanta el telón. Es la poesía de un pintor que sabe que el tiempo duele en todas partes.

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