Cultura

Se atreven a hacer arte

  • La colectiva 'Qué sienten, qué piensan, los artistas andaluces de ahora' ofrece en el CAAC una panorámica satisfactoriamente representativa y plural de los talentos emergentes

Tres pantallas dispuestas en alturas sucesivas cubren la sala de suelo a techo y recogen el cielo sobre un mar que no vemos. La videoinstalación de Javier Artero (Melilla, 1989) envuelve así al espectador físicamente y también intelectualmente porque en la proyección ocurre algo que no es fácil precisar y sólo se abrirá a la mirada sutil. Al otro lado del pasillo, el trabajo de Julia Fuentesal (Huelva, 1986) y Pablo M. Arenillas (Cádiz, 1989) parece ensanchar la amplia sala: una escultura horizontal (tarima de pino gallego) compite con grandes dibujos verticales que oscilan entre la pintura de campos de color y la construcción geométrica. Estos dibujos paradójicamente retienen la memoria de horizontales: alfombras que pisaron en su exilio británico estos autores, lo que da especial sentido a la escultura Dedos, modelada con las rayaduras sobrantes de los lápices de cera gastados en los dibujos.

La calma de este espacio prologa la obra de Julia Llerena (Sevilla, 1985). Conocemos su buen trabajo fotográfico y sus excelentes dibujos, pero ya en la galería AJG (junio 2015) mostró su interés por la poética del universo y volvió la mirada y el pensamiento a los infinitos mundos que cautivaron al fraile apóstata Giordano Bruno. Llerena ofrece ahora dos grandes pantallas: una recoge la situación de las estrellas el día en que se inauguró la exposición y la otra, gracias a un recurso informático, la fecha en que Van Gogh pintó La noche estrellada. Una concisa documentación completa la obra y denuncia la contaminación lumínica que nos aleja de los astros.

De José Jurado (Córdoba, 1984) vimos hace año y medio Land Escape, fotos alusivas a los jóvenes de su generación, obligados al exilio por los responsables políticos y empresariales de la economía de este país. Contribuye a esta muestra con una página web abierta a artistas andaluces que quieran decir cuanto sienten y piensan: día a día se añaden opiniones, poemas, aforismos que pueden leerse en folios fijados en la pared.

Leonor Serrano Rivas (Málaga, 1986) ha diseñado un espacio escénico contando con el volumen del antiguo horno que irrumpe en la sala. Es una cuidada geometría tridimensional cuyo desarrollo puede verse estos días en la Sala Santa Inés (Iniciarte). Jóvenes escritores han imaginado secuencias teatrales para este espacio que acoge al espectador hasta hacerle recordar los grandes telones de Ann Hamilton de la muestra Públicos y Contrapúblicos. Ocurre algo más: desde este espacio real pero organizado como escena, vemos el espacio ficticio trazado por Gloria Martín (Sevilla, 1980), un gran trampantojo que lleva a la sala de exposición cuanto el museo guarda pero no enseña: peines que almacenan los cuadros, anaqueles y cajas de embalaje que una cinta de seguridad veta al público. La obra es una suerte de anti-Marcel Broodthaers: el irónico museo del artista belga pero volcado en pintura. Un doble juego digno de lo que los barrocos llamaban ingenio.

Todo esto cambia radicalmente en una pequeña sala frente a esta última obra. En ella no hay nada. Bueno, hay algo pero no se ve: una conexión wifi, la única en toda la galería de exposiciones. Por eso José Iglesias Gª. Arenal (Madrid, 1991) considera la pieza una "escultura invisible", en la estela de lo que hizo Robert Barry en la January Show (Nueva York, 1969), la muestra que, dicen, inició el arte conceptual. En el recinto sólo hay un router, ya anticuado, que remite a una página web y a una revista que el autor edita con motivo de la muestra (y que puede consultarse en la biblioteca del centro). En ella, una entrevista a Paul B. Preciado, en Atenas, e imágenes, relativas al sacco de Roma, de un fotógrafo anónimo que se limitaba a cumplir las instrucciones que se le daban por smartphone.

Al lado, el espacio del taller propuesto por Daniel Silvo (Cádiz, 1982). Sobre una mesa, un catálogo del artista argentino Carlos Amorales y en la de enfrente una revista dedicada a Sylvester Stallone. No se asusten: el arte actual es decididamente plural porque surge de una sociedad que lo es también. Esto lo saben perfectamente los jóvenes artistas andaluces.

Otra vídeo-instalación cierra la muestra. A diferencia de la primera, aquí domina la horizontal porque Cristina Mejías (Jerez de la Frontera, 1986) dispone las tres pantallas de modo que un caballo las recorra de derecha a izquierda, como si el espectador lo llevara de la cuerda con su mano. Una inteligente inversión porque en verdad, como ocurre en el museo (y en el arte), es la obra la que nos hace llevar su ritmo.

La muestra cumple en suma su objetivo: ofrecer una panorámica de los jóvenes autores andaluces. Puede que falten nombres pero la propuesta largamente trabajada por comisarios, también jóvenes, es satisfactoriamente representativa de qué hacen, piensan y sienten quienes aceptan el reto de hacer arte por estas latitudes.

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