Crítica de Cine

Las averías del ascensor social

Una familia trata de cruzar una carretera para llegar a la playa, ataviada con todos los complementos propios del verano: flotadores, toallas, sombrero, neveras. No hay paso de cebra, por lo que se toman de la mano y, no sin cierta temeridad, consiguen cruzar. Gustavo Pizzi nos introduce así en la familia de Irene, Klaus y sus cuatro hijos. Como un equipo que, pese a las disfunciones, trabaja unido para salir a flote.

El equilibrio se pondrá a prueba, no obstante, cuando Fernando, el mayor de los hijos, recibe una oferta para fichar por un equipo alemán de balonmano. Las complicaciones burocráticas, el esfuerzo económico y un iniciático síndrome de nido vacío detonarán en la familia una pequeña crisis, poniendo a prueba su unidad.

Pero Pizzi no plantea una única trama en esta comedia dramática y bienintencionada. Benzinho es, de hecho, una película prácticamente coral en la que la trama de Fernando pierde progresivamente peso en favor de las tribulaciones de Klaus y, muy especialmente, de Irene. Destaca así en la cinta una Karine Teles imperial, eje indudable de su familia -y de la de su hermana-, mientras Klaus se pierde en sus conflictos de lucha de clase y bisoñez emprendedora. Apunta ahí certeramente Pezzi una reflexión sobre el ascensor social brasileño, visiblemente averiado. Pese a los intentos empresariales de Klaus y el esfuerzo obstinado de Irene, la familia parece condenada a vivir a medias entre casas que se caen e ilusiones de un futuro mejor. "¿Hay un momento en el que todo empieza a salir bien, ¿verdad?", trata de reafirmarse Klaus con Fernando, después de haber sobornado a un funcionario.

Pese a los puntuales excesos de azúcar, funciona un conjunto en el que hay mucho de Payne, pero sobre todo de Guédiguian y los últimos Dardenne. Cuando Klaus e Irene toman prestada la destartalada furgoneta de su cuñada, comentan: "-¿Cómo puede conducir tu hermana sin claxon?" "-Ah, pues ella grita". Se trata de sobrevivir.

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