Crítica de Cine

Mientras brille el sol

Las dos primeras secuencias de Formentera Lady dejan claras cuáles son las piedras angulares sobre las que se conforma la personalidad de Sam (José Sacristán). De un lado, la melancolía, presente en las cintas de súper 8 que nos muestran veranos de juventud. De otro, el banjo tras el que Sam se esconde tocando cada noche en el pub de un amigo.

El debut de Pau Durá en la dirección comparte nostalgia con el protagonista y se deja llevar por ella. Más erráticamente al principio, y de manera más natural al final, Durá compone una cinta esencialmente amable. Cuesta no empatizar con el laberinto de culpas, temores y supersticiones que atormenta al viejo Sam. "No afrontaré retos, mientras brille el sol", reza la canción que da título a la película, y se podría decir que todo está ahí.

Desde su casa sin electricidad a pie de playa, y su coche antigualla con matrícula de Lérida y pegatina de Teruel existe, Sam se ha construido un relato incuestionable. "Uno, en grupo, se vuelve gilipollas", complementa Toni (Jordi Sánchez) a modo de clave de unos personajes que, desde un concepto algo redundante, viven aislados y en una isla. La aparición inesperada del nieto de Sam (a seguir: Sandro Ballesteros) provocará un doble efecto sobre ellos: de un lado, les permitirá mostrar el orgullo del camino (no) recorrido; de otro, amenaza con romperles el hechizo y mostrarles que la nostalgia ya tampoco es lo que era.

Filmada casi íntegramente en cámara al hombro, la cinta agradece los toques de humor de Toni y las apariciones de la hija de Sam (Nora Navas), ante un Sacristán más irregular que en otras ocasiones. La música de King Crimson cierra el círculo. "El gris del tiempo no me alcanzará mientras brille el sol"… o hasta que no haya más remedio.

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