Cultura

La caída del contrario, a mayor velocidad

  • Ron Howard aborda la competición que mantuvieron hasta el final Niki Lauda y James Hunt en 'Rush'

Muchos realizadores que optan por tomar la historia como punto inicial prefieren ahondar en los conflictos universales. Ron Howard se recrea, más que en conflictos, en rivalidades surgidas de lo profesional, no de lo personal. Sin embargo, no funcionan como tal. Representan la rabia que produce el éxito del rival, y la superioridad de ver a un genio caer y fracasar. Esto puede observarse en las miradas que se lanzan los personajes de John Nash (Russell Crowe) y Martin Hensen (Josh Lucas) en Una mente maravillosa.

De todas formas, Howard recurre a tomar partido en dichas rivalidades a través de la impotencia del perdedor y planos visualmente sobrios, aunque emocionalmente desoladores. Es imposible no conectar con el astronauta Ken Mattingly, personaje al que dio vida un magnífico Gary Sinise en Apolo 13, y al que se apartó de aquel fallido viaje. Durante la secuencia de ignición, aparece, de espaldas, contemplando el todo y la nada, la viva imagen de la indiferencia que produce ver su trabajo volar por los aires.

Una mente maravillosa explora en la idiosincrasia del éxito y el fracaso, pero la lucha de titanes, de genios matemáticos, determinará el destino de algunos únicamente por escoger mal a un adversario del que se podía renegar. Ya no es la necesidad, es la dependencia de afrontar los retos que el rival no puede, de luchar por un estado mental que sobrepasa las barreras de la obsesión, y roza límites que comprometen la salud de ambos, y ya no solo a nivel mental. Las emociones que segregan las lúcidas imágenes de Una mente maravillosa hacen de ella un haz de luz, una alegría que sufre los vaivenes de la vida y los caprichos del destino. Si Howard es el hombre, Una mente maravillosa es el alma.

Cuando Howard trabaja con la historia a través de parámetros definidos es cuando despierta su espíritu visual, un bello discurso en forma de magnéticas secuencias que retumban con fuerza. Se trata de un manipulador del drama, de bases fieles al sosiego de Frank Capra y John Huston, y ejecutado con la precisión de un cruce entre la musicalidad de Terrence Malick y la firmeza de John Sturges. Sabe exaltar la fuerza de la pena y de la gloria que sostuvieron a John Nash tras serle diagnosticada su esquizofrenia. Y aunque Howard prefiera modelar la realidad en su favor, optando por las maravillas que se pueden hacer si se pretende comercializar una biografía como la del matemático, cualquiera que la vea como un atentado a las complicaciones en la vida de Nash, tal vez debiera contemplarla como un nuevo plano cinematográfico, el mismo carro al que se suben todos los directores que, o bien no tienen nada que contar, o lo tienen y lo prefieren hacer a través de una figura respetada por el público. Tal es el caso de J. Edgar de Clint Eastwooddonde se expresa, sin apenas fundamentación, la homosexualidad de Edgar Hoover, y no porque se ajuste la realidad sino porque atiende a una doble moral que propone crear un trasfondo más allá del personaje. Con Nash, antes que relatar toda clase de escándalos públicos o privados, o de ahondar en su pedantería, Howard prefirió delimitarlo todo a una historia de superación.

Y de rivalidades y superación es el sustento de Ron Howard para su próxima película, Rush, que se estrena en España el próximo 20 de septiembre. Aquí, hará un inciso en su carrera para volver al pasado y relatar el desafortunado accidente de Niki Lauda en el Gran Premio de Alemania de 1976, y de su particular enemistad platónica con James Hunt. Las altas dotes visuales de Howard podrán facilitarle el crear la atmósfera del asfalto germano, humedecido por los vientos de la mañana, y un ambiente insano, propiciado por los piques entre escuderías que, a día de hoy, perduran, porque tanto Fernando Alonso como Sebastian Vettel mantienen una tensión profesional preocupante, y eso sin mantener la relación de pseudoamistad que compartían Hunt y Lauda. Hoy mismo se celebra el Gran Premio de Montreal, donde Niki Lauda se retiró por primera vez de los circuitos en 1979 (volvería en 1982). Es justo la necesidad de retratar el pasado la que hace de Howard un realizador tan dinámico. Ya sea la incómoda entrevista de David Frost a Richard Nixon, como la tensión nacional despertada con el lanzamiento del Apolo 13, o la desesperante existencia de un Premio Nobel, maniobrar con las hojas de la historia le aporta una capacidad dialéctica que le permite conectar fácilmente con el gran público. Justo lo que hace de su obra un calcado variado de un pasado humano, tanto para lo bueno como para lo malo. Una humanidad, valga la redundancia, comercial.

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