Cultura

"La calidad del silencio delata si el público se ha conmovido: eso es política"

  • El intérprete vuelve a ponerse bajo las órdenes de Calixto Bieito en 'Desaparecer', un montaje articulado en torno a textos de Edgar Allan Poe que comparte con Maika Makovski y que llega al Cánovas el fin de semana

Sólo quien ha visto en un escenario a Juan Echanove (Madrid, 1961) puede hacerse una idea completa del grandísimo actor que es. Su escuela está hecha de tripa y su método es de los que se clavan en la garganta. El próximo viernes y el sábado, Echanove representa en el Teatro Cánovas Desaparecer, un montaje dirigido por Calixto Bieito que indaga en los pasadizos más oscuros de Edgar Allan Poe con la cantante y actriz Maika Makovski como pertubador alter ego.

-Desaparecer es su segundo trabajo tras Plataforma junto a Calixto Bieito, que tiene fama de exprimir a sus actores. José María Pou todavía evoca las funciones de El rey Lear en las que llegaba a perder dos kilos de peso. ¿Su reincidencia obedece a posibles ganas de complicarse la vida?

-Sí, yo también noto los fines de semana que tengo funciones de Desaparecer en la báscula. Pero es que Bieito no es un director que se limite a tener una idea y reproducirla en el escenario, exige siempre ese tipo de compromiso. Para trabajar con él hay que meterse en una especie de máquina centrifugadora de la que sabes cómo entras pero no cómo sales. Pero es que eso es el teatro contemporáneo, y por eso acepta uno este tipo de retos. Para Desaparecer, a Bieito se le ocurrió seleccionar algunos relatos de Poe traducidos por Julio Cortázar y pasarlos por el filtro de Robert Walser con la intención de perfilar una representación perversa del abismo, ése a cuyo filo se asoman los seres humanos antes de decidir si se tiran o no. Maika Makovski, que está conmigo en el escenario, atrapó las mismas sensaciones en un disco y ahora lo hemos convertido todo en un hecho, no una idea, que puede hacer vibrar al espectador.

-Pero ¿se puede salir ileso cuando esa máquina centrifugadora se llama Edgar Allan Poe?

-Me falta poco para cumplir 51 años, así que ya sé salir de este tipo de centrifugadoras. Si cuando hacía El cerdo hace veinte años perdía un brazo, ahora como mucho pierdo una uña. Lo que ocurre es que Desaparecer no es un ejercicio de estilo, no se trata de recitar a Poe porque Poe no puede ser recitado, sólo leído. La precisión lingüística que logra para inspirar el pánico es tal que hay que ser muy respetuoso cuando llevas eso al escenario. Y luego está la traducción de Cortázar, que es más Poe que Poe, incluso a veces acierta mejor a la hora de hundir el punzón para hacer daño.

-Bieito ha buscado esa misma precisión en Shakespeare y eso a menudo le ha conducido a la polémica. ¿Presta Poe más facilidades al estar quizá menos santificado?

-Sí. Es verdad que Bieito tiene fama de provocador y rompebiblias. Yo no voy a decir que es una hermanita de la Caridad, pero sí que pocos directores de la escena europea actual tienen su capacidad para llamar a las cosas por su nombre.

-¿Cree, no obstante, que ante un público que en su mayoría llega al teatro con unos niveles saturados de insensibilidad dada la exposición continua a imágenes y mensajes hay que romper ciertos límites para significar en el teatro?

-No seré yo quien diga que Lope no tiene sitio en la escena contemporánea. Pero lo cierto es que, a pesar de todo, el espectador no le ha dado la espalda al teatro, sigue acudiendo porque su contenido no lo puede encontrar en otro sitio. Eso entraña mucha responsabilidad. No se trata de hacer una obra sobre Merkel y Sarkozy, al menos por ahora, pero sí de meter el dedo en la llaga, y eso el teatro puede hacerlo de una manera muy profunda. Es esa intención la que hace del teatro un objeto contemporáneo.

-¿Entonces, el teatro que afecta es siempre un teatro político?

-Sí, porque tiene esa capacidad de dejar una impronta, de permanecer. Yo mismo lo percibo en las funciones de Desaparecer. La calidad del silencio delata desde el escenario si el público se ha conmovido. Luego, en las redes sociales, la gente comenta lo mucho que le ha impresionado la obra. Eso es un proceso político. Lo que podemos entender hoy como teatro europeo, el de los grandes creadores que trabajan en Inglaterra y Alemania, es un teatro profundamente político. Mucho más que el cine, de hecho.

-¿Quizá, en ese sentido, el teatro ha salido reforzado de su resistencia a ser digitalizado?

-Sí, así es. Ni siquiera la grabación de una función colgada en Youtube, por muy bien hecha que esté, llega a ser teatro. Hay gente que puede sentirse satisfecha después de ver la última película de David Cronenberg en la pantalla del ordenador. Es una cuestión de exigencia cultural, si quieres. Pero eso no puede ocurrir con el teatro. Nunca. Menos aún si creadores como Bieito utilizan los resortes propios de la escena de una manera tan impactante. Por eso en países como Alemania lo adoran, porque hace cosas únicas, imborrables.

-¿Y no echa de menos un reconocimiento parecido en España a artistas como Calixto Bieito?

-Precisamente, viendo cómo aclaman en Alemania a Bieito me he dado cuenta de que España tiene un complejo muy grande. Un país no puede permitirse el lujo de tener a sus grandes creadores trabajando fuera de sus fronteras, algo que aquí desgraciadamente ocurre con demasiada frecuencia, pero es que en este país tenemos un complejo de enfermera de la Cruz Roja. Para que le hagamos caso a alguien tiene que estar desangrándose. Los españoles somos los de la tirita. Tenemos a creadores escénicos enormes que triunfan en toda Europa y que tarde o temprano terminarán instalándose fuera. Gente como Miguel del Arco, que empezó haciendo funciones en el hall de un teatro como el Lara, Andrés Lima, La Zaranda, Rodrigo García... O hay un compromiso serio a su favor o los alemanes terminarán reuniendo el dinero necesario y llevándoselos a todos.

-Exactamente como hará Angela Merkel con la economía.

-Exactamente.

-Cambiando de tercio, ¿hay algún personaje, digamos clásico, que no haya representado aún y al que le gustaría meter mano?

-En mi época, claro, quería hacer a Lope y Shakespeare. Pero en los últimos años me he dado cuenta de que me he especializado en representar textos no directamente teatrales pero adaptados de alguna manera a la escena. Así ha sido con Plataforma y Desaparecer. Y eso me pone. Pero mira, lo que más me gusta es cuando me llama un director como Calixto Bieito y me propone algo. Hace unos días me llamó y me dijo que quería hacer algo de Shakespeare con un reparto internacional en Londres y que quería que estuviera yo. Cuando le pregunté cuál sería mi personaje, me respondió: "Ya veremos". Hace poco también me hizo Andrés Lima una propuesta. Le pregunté por mi papel y me dijo lo mismo: "Ya veremos". Pues bien, ese "Ya veremos"es el personaje que quiero hacer.

-¿Le condiciona salir en programas televisivos de máxima audencia cuando trabaja en el teatro?

-Bieito me dijo una vez que dispongo de cuatro minutos en escena para convencer al espectador de que no soy el que sale en televisión. Y tiene razón, en esos primeros cuatro minutos me lo juego todo. Sólo sé que quien va al teatro buscando lo mismo que le da la televisión siempre sale defraudado.

-¿Es usted de los actores que quieren morir en el escenario?

-No, yo quiero morir en mi casa. Lo que pasa es que en este oficio es muy difícil poner un punto final. Llevo en esto desde los 17 años y desde los 17 años vuelvo al paro cuando acaba cada gira. Pero la interpretación es una necesidad. Si algún día digo "se acabó", sé que no cumpliré mi palabra.

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