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Los cantes de ida y vuelta

  • El ganador y el finalista del último Premio Herralde, Martín Kohan y Antonio Ortuño, abren en sus páginas nuevos espejos y reflexiones para la literatura latinoamericana

Desde que Roberto Bolaño diera el "carpetazo genial a Rayuela" (que dijo Enrique Vila-Matas) con sus Detectives salvajes, el Premio Herralde, contrariado en ocasiones, parece entregado a la vocación transoceánica de abrir cauces peninsulares a la literatura que llega de Hispanoamérica. Si hasta el presente siglo el reparto de galardones entre autores españoles era equilibrado, con nombres patrios en la nómina como Javier Marías, Álvaro Pombo, Vicente Molina Foix, Antonio Soler y Justo Navarro, desde 2002 (cuando se hizo con él, precisamente, Enrique Vila-Matas, desde entonces miembro del jurado) los méritos corresponden, exclusivamente, allende los mares: Juan Villoro, Alonso Cueto, Alberto Barrera y Alan Pauls han sido descubiertos para alborozo de quienes andaban buscando por aquí a los herederos directos de Cortázar, Borges, Bioy Casares, Roa Bastos, García Márquez y compañía. De cualquier forma, lo más interesante del asunto es considerar, a partir de los premiados, cómo la literatura también se ha convertido en un cante de ida y vuelta: una identidad (o varias) histórica y estética que se alimenta, de un lado para otro, de un panta rei casi siempre fructífero, moderno y divertido.

Sirva de ejemplo Ciencias morales de Martín Kohan, ganador recientemente del último Premio Herralde. Se trata, ante todo, de una novela significativamente singular, reconocible de inmediato y adscrita a un registro propio, inconfundible. Su protagonista, María Teresa, es preceptora de un colegio en el Buenos Aires de 1982, un microcosmos cerrado en un mundo que amenaza con hacerse añicos. Tanto en la construcción de los ambientes, y sobre todo en la del personaje, con sus dudas e incógnitas acerca de los preceptos normativos (acentuadas por una intensa carga biográfica), Ciencias morales es una novela poderosamente galdosiana, adscrita a una tradición realista en la que la imaginación se filtra en breves ángulos, sin que el lector la perciba conscientemente. Y, a la vez, Martín Kohan ha rematado una novela argentina en esencia e intenciones, quizá excesivamente intelectual en algunos trances pero descarnada y aligerada en otros (véase la escena de la orina y el hallazgo de la ropa interior). ¿Es ésta una nueva tradición? El tiempo lo hará saber.

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