Cultura

Un complejo reto para J. J. Abrams

  • Tras cuatro años, el director de 'Perdidos' se pone de nuevo a los mandos de la popular Enterprise con una entrega que pretende ser el punto de inflexión de la saga

Al que en su momento le costara comprender las insinuaciones filosóficas y los complejos estudios emocionales de Perdidos, probablemente, no acabará de conectar con ese impetuoso director que es J. J. Abrams. Más que nada, porque esa necesidad de pausar la acción, y de recrearse en el aura sentimental de sus protagonistas, es algo que lleva arrastrando desde esa potente obra televisiva. Y por ello le llovieron muchísimos palos, porque esa implacable trascendencia acabó por lucir demasiado forzada. El culpable: el dichoso final, y el chivo expiatorio: el guionista Damon Lindelof. Pero para los amantes de la característica lírica de Perdidos, que su final fuese repudiado se debe a que no se entendiera. En cualquier caso, incluso entendiendo la parrafada final de una de las series peor rematadas de los últimos años, es muy complicado que el semblante naíf de Abrams pueda llegarle a alguien si no le convencieron las seis temporadas de la serie. Sus siguientes experimentos televisivos (Alcatraz, Revolution), donde ese tono melancólico y emotivo ha desaparecido totalmente, han demostrado que el fallo de Perdidos no residía en la forma, sino en el contenido. Puede que Fringe sea la que mejor ha equiparado sus carencias técnicas con sus interesantísimos planteamientos.

De todas formas, su torpeza con sus proyectos en la pequeña pantalla han servido para hacerle madurar como realizador, porque su jugarreta comercial con Monstruoso era más propia de un publicista sinvergüenza que de un productor con poca experiencia y demasiado dinero en el bolsillo.

Obviando su hastiada, aunque incomprensiblemente laureada Super 8, su bello y peculiar tratado de la acción en Star Trek (2009) es algo en lo que merece la pena centrarse. Todo en este espectáculo visual resulta sobrio y solemne. Además, representa toda una declaración de intenciones fuertemente ligada al espíritu optimista de la obra de Spielberg. En ese aspecto, se diferencia claramente de sus antecesoras, con las que apenas comparte algo de similitud a nivel artístico. Al fin y al cabo, la incursión de Abrams en el universo trekkie acaba por ser tan mística y poderosa que resulta imposible odiarle.

Después de cuatro años, Abrams se vuelve a poner a los mandos de la popular Enterprise con Star Trek: En la oscuridad, que pretende convertirse en el punto de inflexión de la saga, como uno de sus relatos más serenos y trágicos. Pese a que su estreno en EEUU esté previsto para el mes de mayo, a España no llegará hasta el 5 de julio de este año.

Uno de los aciertos de Abrams para esta esperada secuela ha sido el de contar con uno de los actores más expresivos y elocuentes del panorama audiovisual, y que, irónicamente, es uno de los más infravalorados: Benedict Cumberbatch. Todo un embajador del vitalismo y la vehemencia interpretativa, su moderno Sherlock Holmes ha conquistado a un gran número de espectadores en todo el mundo. Todo debido a su fuerza y poderío, que recubre Sherlock (serie que protagoniza sobre la magnífica invención de Arthur Conan Doyle), y que, básicamente, la hace suya. También podría deberse al aura que su personaje desprende, a la simpatía con la que juega con su público, y a la tortura a la que lo sometió con su trágico final, que por ahora, ha dejado la serie en suspenso hasta finales de este año o el que viene, un fenómeno muy parecido al que sucedió realmente cuando Conan Doyle decidió darle punto y final a su personaje. Pero la clave reside en que, por ejemplo, Robert Dawney Jr. se disfraza de Sherlock Holmes en las magníficas películas de Guy Ritchie, pero Cumberbatch es Sherlock Holmes. No adopta sus gestos, los clona, dando lugar al homólogo contemporáneo más perfeccionado que se podrá encontrar del famoso detective. En Star Trek: En la oscuridad interpretará a un villano del que se ha rumoreado varios nombres. El último, John Harrison. A estas alturas nadie cree que exista un papel en el que no pueda introducirse este gran actor británico.

Puede que Abrams haya confundido en más de una ocasión lo que significa aportarle profundidad a un producto comercial con hacerlo más complejo. Después de varios tortazos televisivos, parece venir con la lección aprendida, porque regresar con un proyecto de la magnitud de Star Trek no puede significar otra cosa que una inyección de autoestima para sí mismo. Por el bien de la fama que precederá a su llegada a la franquicia Star Wars, más le vale haber creado algo que su público pueda corresponder.

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