Cultura

"La condena total de la realidad no ayuda a mejorar las cosas"

  • El autor publica 'Viaje con Clara por Alemania', una comedia conyugal disfrazada de guía de un país donde ha aprendido a usar el humor como "compensación" de su pesimismo

Comedia conyugal, luminosa bitácora de paisajes y tránsitos, canto de gratitud al país en el que ha transcurrido la mitad de su vida, refutación de la solemnidad que gastan esos autores que se pasan las horas hablando de sus privilegiadas cuitas, Viaje con Clara por Alemania (Tusquets) representa un notable giro en la obra de Fernando Aramburu. Si su anterior y doloroso libro, Los peces de la amargura, era un fresco de las distintas manifestaciones de la violencia que han envenenado en las últimas décadas el clima social del País Vasco, toda esa crudeza desaparece en su última novela, en cuya escritura se lo pasó "pipa" y echó mano del humor "desde el principio hasta el final".

La mujer del título es una profesora y escritora que se toma un año de excedencia para entregarse en cuerpo y alma a su nuevo proyecto, una guía personal de Alemania encargada por una editorial, páginas en las que ella aspira a concretar por fin unas inspiraciones que merezcan tal nombre. El narrador es su marido, que no es escritor pero consigna sus impresiones en un cuaderno íntimo y jocoso, con la relajación de quien sabe que esas líneas no buscan público alguno. Y para él, los días no son trámites que hay que pasar para llegar a no se sabe qué, sino una sucesión de modestas pero necesarias alegrías, de pequeñas fiestas casi secretas en las que la ironía y la risa enjuagan los conflictos y la a veces inevitable grisura de la cotidianidad.

Es lo que Aramburu, "propenso al pesimismo", llama "mecanismos de compensación". "Cuando noto que tengo una visión muy negra de las cosas busco conscientemente las luces, y se encuentran, claro que se encuentran. Y además a mí me parece que la condena total de la realidad no ayuda precisamente a mejorar las cosas. Tampoco el optimismo gratuito, el entusiasmo superficial... Yo tengo un sentimiento trágico de la existencia, pero con los años me reafirmo en la defensa del presente, de lo que tenemos delante, que puede ser muy malo y puede ser incluso dramático, pero no hay que dejarse llevar. Tenemos cosas buenas, todos las tenemos, y si no sabemos disfrutarlas no nos podemos quejar", dice el autor de No ser no duele o El trompetista del Utopía, adaptada al cine en Bajo las estrellas.

Esto mismo piensa el hombre que cuenta la novela, un marido de vacaciones que trata de "sacarle el mayor jugo posible a lo que tiene" y capaz tanto de hacerle el trabajo sucio a su mujer, por ejemplo espiando conversaciones en los bares de las ciudades que visitan para dar color al libro que ella prepara, como de observarla secándose tras una ducha con la curiosidad de una primera vez. Para darle al narrador ese estilo "cercano", Aramburu usó la prosa que le sale en su correspondencia privada.

Al conversar con el autor se comprende que lo que más le guste de Alemania, donde ha pasado los últimos 25 años, sea su gente, esa "cordialidad no muy efusiva, suave y lenta". El vasco es de esos escritores que hablan del "cuidado de la página", y vive la literatura como una dimensión insustituible de su vida, aunque trata a través de la ironía de tomar distancia para "compensar la simplicidad" que encierran "la solemnidad o el fanatismo". Pero se lo toma tan en serio que hace un año dejó su trabajo como profesor para dedicarse tan sólo a escribir. "Yo no creo en la libertad en abstracto: tomé la decisión de dedicarme a una actividad que me complace sobremanera, y a cambio prescindo de lujos. Ésa es la libertad por la que opté. A lo mejor me sale mal, no sé", dice el escritor, que no quiere convertirse en un "jornalero" de la escritura, producir textos porque sí.

Entre los que espera concebir en el futuro, desearía que hubiera alguno ambientado de nuevo en su tierra natal, como Los peces de la amargura, un libro que salvo en los ambientes nacionalistas, donde "directamente lo ignoraron", le procuró respuestas "muy afectuosas". "Pero para volver a contar esa realidad -dice- debo tener algo que contar, y yo necesito distancia, reflexionar. Soy malo para escribir en caliente, con emociones muy intensas, dejándome llevar por la rabia o la indignación".

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