Cultura

La costilla de Adán

En la primera mitad del XV español, don Álvaro de Luna destaca como príncipe ambicioso y erudito del amor cortés, cuya proximidad a Juan II le propició, no sólo un poderoso caudal de tierras y de hombres, sino un final aciago donde perdió, literalmente, la cabeza. Juan II, penúltimo Trastamara, legaría al siglo el estupor y la flaqueza de Enrique IV, así como el genio político de su hermana, Isabel la Católica. Álvaro de Luna, descendiente del Antipapa de Aviñón, el Papa Luna, legaría a la posteridad una obra quizá más perdurable: el Libro de las virtuosas e claras mugeres, donde la nobleza de cuna y la virtud de las damas no son ya una y la misma cosa.

Frente al tópico medieval de la mujer infausta, de la mujer artera y maliciosa, cuya raíz se hunde en la literatura clásica, nace en el Cuatrocientos el tópico contrario, que nos presenta a las hijas de Eva como un hermoso florilegio de virtudes. De aquella misoginia secular fueron responsables tanto el Antiguo Testamento como las enseñanzas de Aristóteles, en las que se presentaba a la hembra humana como un ser inferior, pérfido y maleable. En sentido inverso, las enseñanzas de Cicerón, de Tito Livio y San Jerónimo, vinieron a rescatarla de tan infamante miseria. Así, las fuentes inmediatas de las que se nutre Luna son La Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine y el De las claras mujeres de Giovanni Bocaccio. En ambas encuentra Luna un extenso catálogo de damas ejemplares; en ambas la Historia viene en ayuda del ambicioso Condestable. Existen, sin embargo, dos diferencias de singular importancia. No sólo se trata ya de santas, como en la obra de La Vorágine, y tampoco de mujeres nobles o destacadas, como en Bocaccio. En esta recopilación se incluyen, sin distingo de cuna, antiguas diosas, reinas espléndidas (la Reina de Saba), memorables cortesanas y humildes muchachas de trágico destino. Su único nexo, como ya se ha dicho, es la virtud. Pero una virtud que nace de las propias acciones y no de los añosos considerandos del linaje. De este modo, el malogrado Luna se asomaba a la modernidad (faltaban apenas cuatro décadas para que emergiera, descomunal y extraño, el Nuevo Mundo), por dos insospechadas troneras: la vindicación de la mujer y la reclamación de la valía propia, presagio del burgués, en un siglo de nobles y arcedianos.

Álvaro de Luna. Cátedra. Madrid, 2009. Edición de Julio Vélez-Sainz. 596 páginas. 16 euros.

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