Cultura

Del cuerpo, de la fragilidad y el deseo

  • El Picasso celebra la libertad de Louise Bourgeois, una artista que se resistió a las catalogaciones.

Louise Bourgeois (París, 1911-Nueva York, 2010) creció restaurando gobelinos, participó en las inquietudes surrealistas del París de los años treinta, expuso, hacia 1945, viviendo ya en Nueva York, con los neoexpresionistas abstractos y en 1966, lo hizo con autores conceptuales, entonces muy jóvenes: Bruce Naumann y Eva Hesse. Por esas fechas ya era notorio su compromiso feminista y llevaba años incorporando a la escultura nuevos materiales (tejidos, látex, plástico, caucho).

Bourgeois resiste así a cualquier intento de clasificación y no es casual que esta exposición la llame, de entrada, la fugitiva. Pero Bourgeois no huye, sólo evita cualquier anclaje: prefiere la fecundidad incierta del encuentro inesperado al reposo seguro en lo conseguido.

A tal afán apuntan las esculturas de la segunda sala. Separadas unas de otras por casi medio siglo, todas encarnan, en su decidida vertical -a veces en difícil equilibrio- la firme voluntad de vivir. La torre, signo durante su etapa surrealista del cuerpo que se alza sobre la tierra, se simplifica en estas piezas: materia (bronce, madera, tejidos) que reta a la gravedad.

Pero este empeño por permanecer en su ser (conatus lo llamó Spinoza) no es fácil: justo por ser carne, dependemos. Así lo sugieren las esculturas que Bourgeois suspende en el aire. Alguna se enreda en viejos temores o culpas (El pasado oculto), otras hablan del despuntar del amor (Jano en flor), del deseo (y el peligro) de la reclusión (Guarida) o de los vaivenes que solemos encubrir bajo la coherencia de la que alardeamos. Mención aparte para una breve escultura, Mujer: la figura, que carece de una pierna, pende de un hilo que subraya su preñez.

Embarazo y parto tienen algo de herida. Lo evidencia otra pequeña escultura, Mujer cuchillo, pero también impulsan la imagen de la mujer-casa, que Bourgeois emplea desde los años de París. La mujer aloja y protege: lleva consigo a sus tres hijos (Mujer con paquetes), comparte la vida con ellos y su marido (Cinco: cuatro cabezas en torno a la femenina), y es garantía frente a la fragilidad: lo señala El reto, una sólida vitrina atestada de antiguos y sutiles vidrios.

Dado el vigor de estos cuerpos que se alzan sobre la tierra pero dependen de ella, protegen pero sufren y son agredidos (Santa Sebastiana es un cuerpo de mujer asaeteado), no es raro que Bourgeois vea en ellos la figura más fiel de la naturaleza: Torso (Autorretrato) es un canto a la solidez del cuerpo, Mamelles indica que los pechos de mujer conforman el interior de la materia o generan en ella mil formas, como ocurre en Avenza. Este título alude a Carrara, donde Miguel Ángel soñaba con la figura oculta en un bloque de mármol. En mármol elabora Bourgeois Sleep II, un silencioso pene sobre el que ironiza diciendo, "déjalo dormir". Más ambiciosa es Topiary: con este término, que designa la poda que da forma a setos y plantas, titula una recia roca, sobre la que una mujer desnuda se transforma en flor. La flor aparece, de forma más dramática, en la acuarela El nacimiento: el intenso rojo habla de la sangre pero sus perfiles remiten a pétalos del que brota la criatura.

Estos cuerpos no están aislados. Pueden amar con los ojos cerrados (Juntos) o descubrirse de repente como amantes (La pareja). Un impulso diseñado quizá por los rojos-sangre de los conductos de la serie À l'infini entre los que los cuerpos parecen enredados. Pero el amor, a la vez que pulsión es capacidad de dar y recibir: así lo sintetiza el brazo de mármol rosa acabado en dos manos: una abierta que ofrece y otra que acepta.

Los cuerpos, sobre todo el de la mujer, crean finalmente serenos espacios, mundos propios como el de la Celda XXVII, donde una mujer, rodeada por cinco grandes columnas, mantiene en su regazo una gran bola azul, color, para Bourgeois, de paz y meditación. El mismo color domina en El hilo eterno eres tú: la mujer está ahora rodeada de 12 ovillos, uno por cada hora del día, con diversos matices de azul. Esta última sala pone una nota de serenidad y presta pleno sentido al lema, bordado en un pañuelo, que completa con humor el título de la muestra: "He estado en el infierno y he vuelto, y, déjame decírtelo, era maravilloso".

Final y principio de la muestra, Mamá, la gran araña posada entre las arquerías renacentistas del patio del museo, la resume. Elevada sobre sus sólidas patas se mantiene viva y vigilante, dispuesta siempre a proteger a los suyos y a restaurar su entorno, es a la vez soñadora: puede tejer un mundo y un tiempo propios desde sí misma, desde su cuerpo y su energía. Es el adecuado álter ego de la autora.

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