historia El testigo de la masacre que marcó a fuego la Guerra Civil en Málaga

El día de la ira

  • La reedición en España del libro de Norman Bethune 'Las heridas' recupera el estremecedor testimonio que el médico canadiense dejó escrito sobre la huida de la carretera de Almería en febrero de 1937

Los testimonios de Norman Bethune sobre la huida de la carretera de Almería en los primeros días de febrero de 1937 han resultado fundamentales para arrojar algo de luz a un suceso que, en gran medida, constituye aún un enigma. Bethune, médico comunista nacido en Gravenhurst (Canadá) en 1890 y fallecido en 1939 en China, mientras participaba en la construcción de un hospital en plena guerra con Japón, vivió en primera fila la llegada de los refugiados malagueños a la provincia de Almería acompañado del fotógrafo Hazen Sise (George Orwell también andaba por allí) y dejó fotografías, artículos y reflexiones sobre aquel éxodo, en el que, según las estimaciones más fiables, participaron más de 100.000 desplazados y se produjeron más de 20.000 fusilamientos. Tras el bombardeo continuo de las tropas sublevadas y los camisas negras italianos y después de más de 350 kilómetros a pie, los supervivientes llegaron a Almería al borde de la muerte, desnutridos, con los huesos rotos, cubiertos de sangre y con el infierno en los ojos. Bethune colaboró en la asistencia sanitaria de urgencia con la que estos desposeídos fueron atendidos, en condiciones precarias, con una absoluta falta de equipos y medicamentos y en permanente duelo entre la vida y la muerte. Ahora, la editorial riojana Pepitas de Calabaza acaba de reeditar el libro de Norman Bethune Las heridas, que contiene los estremecedores testimonios que el testigo dejó sobre aquellos días. Su recuperación es justa y necesaria, por más que resulte imposible salir intacto de sus páginas.

Bethune realiza un pormenorizado ejercicio descriptivo para el que no escatima en detalles, desde que se encuentra a los refugiados en la carretera y en el tránsito posterior hasta Almería. Y, por tanto, lo mejor es reproducir en este artículo algunos fragmentos del libro, sin mediaciones: "Había familias enteras caminando juntas, acarreando unas pocas pertenencias elementales: hombres y mujeres que parecían estar solos, moviéndose sin elección al ritmo marcado por otros; niños de rostros cansados y perplejos, pasando de mano en mano. Daban la impresión de haber surgido de la tierra. Eran como sombras deslizándose de ninguna parte a ninguna parte. Entre el ruido del mar y el eco de los precipicios el único sonido que producían era el roce de las sandalias en la piedra, el silbido de una respiración fatigosa, el gemido que irrumpía en sus labios agrietados y que viajaba a lo largo de la línea vacilante hasta morir en la distancia".

"Los había de todas las edades, pero sus rostros estaban demacrados con idéntica fatiga. Corrían a manadas junto a nuestro camión, sin expresión: una chica joven, apenas de dieciséis años, a horcajadas sobre un burro, la cabeza reclinada sobre un niño de pecho; una abuela, su cara vieja semioculta en un chal, arrastrándose entre dos hombres; un patriarca, ajado hasta la piel y el hueso, los pies descalzos chorreando sangre en la calzada; un hombre joven, con un montón de ropa de cama apretado contra su espalda, las correas de cuero cortándole la carne a cada paso; una mujer sosteniéndose la barriga, los ojos enormes y aterrados -un flujo macilento, silencioso y torturado de hombres y bestias... -. Los animales bramando como los humanos, los humanos sin emitir un quejido, como los animales".

"La puerta de nuestro camión se abrió de repente. En la oscuridad un hombre la sujetaba con su espalda, los ojos fijos en mí, con un niño de cinco años en brazos. Me tendió al niño demacrado, estremecido de fiebre, y comenzó a hablar apresuradamente, su boca derramaba palabras, al principio con voz quebrada, luego subiendo la voz hasta que se convirtió en el ulular de un flamenco desolado. No necesité traducción; las palabras son universales; las hubiera comprendido en cualquier lengua: 'Mi chico -muy malo-'. Mi niño está muy enfermo. Morirá antes de que pueda llevarlo a Almería. Me quedaré. Sólo pido para él... Lléveselo. Déjelo donde haya un hospital. Dígale que yo llegaré. Dígales que se llama Juan Blas y que iré pronto a buscarlo..."

"Cogí al niño y lo tendí con delicadeza en el asiento. El español agarraba mi mano convulsamente, y me hizo la señal de la cruz. Necesitaba mucho más que saber la lengua española para que mi corazón le hablara a ese extraño, a esos rostros que se revelaban en el tumulto y la noche, los rostros que se agolpaban, inquietos por el miedo, esos brazos que se alargaban como un vacilante bosque herido, las voces que me suplicaban. 'Camarada... por favor, sálvenos', gritaban, y yo entendía sus súplicas sin entender las palabras. 'Llévense a nuestras mujeres y niños... Los fascistas llegarán pronto'. 'Tenga piedad, camarada, sálvenos, por el amor de Dios'. 'Déjennos ir en su vehículo, no podemos caminar".

"Me encaramé en el estribo. Me rodearon, arrancándome la ropa. Un pensamiento amargo me quemaba la mente: ¿Dónde están esta noche los comprometidos ministros del dios cristiano, representantes en la tierra de su amor y salvación? ¿Dónde están, que ignoran estos gritos que claman a su Señor? ¿Dónde están la clemencia y la conciencia de un mundo que enferma sin remedio?"

Las palabras de Norman Bethune invitan a recordar. La tragedia continuó mucho después, en Málaga y Almería, con fusilamientos y exilios. Mucho para no olvidar.

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