Cultura

Un esfuerzo baldío por la modernidad

  • Keane publica su tercer álbum y pretende experimentar en el estudio

En el pop existen muchos síndromes, y uno de los peores es el de la experimentación, mal que ha afectado a muchos y del que pocos han salido bien parados. Perfect symmetry (Interscope / Universal, 2008) es una obra afectada que sufre, y mucho, de esa enfermedad. Keane ha querido ir más allá de sus límites, sin perder la posibilidad de volver a vender unos cuantos millones de discos más, y el resultado ha quedado a medio camino de ninguna parte. No lleva mucho tiempo a la venta, pero algunas cifras confirman que aún tienen tirón: en su primera semana, su tercer álbum ha sido el tercer disco más vendido en todo el mundo, aunque apenas haya despachado 155.000 ejemplares -en España ha alcanzado el meritorio séptimo puesto de la lista Afyve-.

Lo que Keane ofrece pretende ser un disco en Technicolor que sirva de reafirmación de la vida, según cuentan en su web. Lo que les ha salido parece más un pastiche de algunos de los peores tics de pop ochentero más hortera y olvidable -sintes molestos y subidas de tono por todas partes-. A eso, a jugar con electrónica y algunos ritmos prestados del rap, ellos lo llaman experimentación. Bueno, el desastre podría ser mayor. Si el primer sencillo es malo, que lo es, en cambio el segundo es bastante decente. Así, Lovers are losing se asemeja bastante a lo que dicen que querían.

Como cualquier moderno que se precie, Keane escogió Berlín para remozar su sonido. Coldplay ya había pedido ayuda a Brian Eno, así que ellos se acercaron a Jon Brion y Stuart Price, que han hecho poco. Y es que este disco realmente respira bien cuando se aleja de las premisas con las que nació. La facilidad de este trío para facturar baladas diabéticas sigue intacta, y alguna hay que funciona: ahí está Playing alone.

Tanto marear la perdiz con rarismos y travestismos no tiene sentido en una banda pop como Keane -a Talk Talk sí les salió bien la jugada, pero la música estaba dentro de ellos y no siguieron ningún patrón ya marcado, usado y periclitado-. Además, Perfect symmetry acaba aplastando al oyente con tanto ruidito percusivo, hasta el punto que se agradece que en su última parte vuelvan los Keane de siempre, los del piano y los lamentos. Experimentación y pop no se llevan demasiado bien.

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