Crítica de Cine

El 'gentleman' y el rockero

Shia LaBeouf y Sverrir Gudnason protagonizan la cinta.

Shia LaBeouf y Sverrir Gudnason protagonizan la cinta.

La rivalidad deportiva va camino de convertirse en un nuevo subgénero del biopic. Títulos como Ali (Muhammad Ali vs. Joe Frazier), Rush (Nikki Lauda vs. James Hunt), La jugada maestra (Bobby Fisher vs. Bori Spassky) o la reciente La batalla de los sexos (Billie Jean King vs. Bobby Riggs) insisten en ese modelo de confrontación personal-profesional con cierta tendencia a la lectura teleológica del pasado, el maniqueísmo, la épica, la ambientación de época y los parecidos razonables.

La cinta sueca Borg vs. McEnroe no escapa de este prototipo en su reconstrucción de uno de los grandes duelos tenísticos de la historia, aquella memorable final de Wimbledom de 1980 previa a la era de la mercadotecnia y la inflación mediática, antes del soporífero y blanqueado fair-play de los Nadal, Federer y compañía, cuando el tenis y el deporte en su conjunto aún tenían cierto componente libre y aún era posible un saludable y auténtico espíritu rockero.

Nadie mejor que McEnroe y sus conocidos exabruptos para encarnar ese espíritu hoy domesticado, un tenista genial e imprevisible, capaz de lo mejor y lo peor, de alcanzar la gloria o sabotearse a sí mismo en el intento. Y nadie mejor que el sueco Borg, con su aire nórdico y distante, su metódica frialdad, sus formas académicas y su melena rubia, para ejercer de rey de la perfección al que destronar desde el caos y la anarquía.

La película de Janus Metz sigue al dedillo la plantilla y reconstruye por separado y desde las fechas previas a aquel Wimbledon los reveladores episodios de infancia y juventud de ambos tenistas, todos ellos teñidos de trauma en clave psicoanalítica que acabarán aflorando en el carácter adulto de ambos y, lo que es peor, se acabarán filtrando como flashes-recuerdo entre punto y punto en el set definitivo.

Pesa aquí mucho la solemnidad y la trascendencia dramática de una rivalidad que, como sabemos, acabaría enjuagada en una amistad personal. Gudnason y Labeouf se prestan al modo chándal y al tono algo fatuo del drama, imitan los gestos y el juego de muñeca y se sobrecargan de introspección y temores comprensibles antes de subir a la red.

Lo mejor que podemos decir de esta película es que al menos invita a visitar en Youtube a sus auténticos protagonistas.

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