Cultura

Un homenaje a la novela del XIX

  • El escritor José Calvo Poyato viaja al Madrid de 1870 en 'Sangre en la calle del Turco', una novela que supone una reivindicación sutilmente paródica del folletín decimonónico

Podríamos comenzar esta reseña escribiendo que José Calvo Poyato vuelve a asomarse a los escaparates y los anaqueles de las librerías llevando, en esta ocasión, un thriller galdosiano bajo el brazo. Y sería cierto, ya que su nueva novela transcurre en el Madrid de 1870, año crucial del llamado Sexenio Revolucionario, época convulsa y, por ello, narrativamente fértil donde las haya; y que Galdós retrató magistralmente no sólo en sus Episodios nacionales, sino también en otras de sus novelas. De hecho, algunos personajes que pululan por Fortunata y Jacinta podrían haber pasado a las páginas de Sangre en la calle del Turco (Plaza & Janés) con la misma naturalidad con la que se cruza de una acera a otra. No obstante, el ritmo trepidante de su narración aleja a Calvo Poyato de Galdós, para situarle en el género detectivesco ambientado en tiempos pretéritos, del que ya es uno de los autores españoles más representativos.

En Sangre en la calle del Turco el narrador egabrense deja por primera vez el punto de vista omnisciente, para adoptar la voz en primera persona de Fernando Besora, joven periodista que ha abandonado una confortable posición, como segundo hijo de una próspera familia de alta burguesía de Reus, para intentar abrirse un hueco en el mundillo literario de la capital.

Ante él se desplegarán tres tramas, simultáneas y a cual más emocionante, que constituyen también tres homenajes de Calvo Poyato a la novela del siglo XIX, de quien es un confeso apasionado.

En primer lugar, la trama política, la efervescente España que se había unido para derrocar a Isabel II y se había vuelto a separar cuando, ya liberados de su odiada presencia, hubo que buscar nuevas fórmulas de gobierno. El desenlace de esa trama es histórico y, por tanto, conocido: el general Juan Prim, que, buscando una continuidad monárquica en otra dinastía, se había granjeado la enemistad de sus antiguos cómplices (republicanos, partidarios de Montpensier, carlistas, etc.) y, de paso, convertido la cuestión sucesoria española en el pretexto para la guerra franco-prusiana, será mortalmente herido en un atentando perpetrado precisamente en la calle del Turco, el 27 de diciembre de 1870. Magnicidio por el que nadie fue juzgado, permaneciendo hasta el día de hoy en una bruma que sigue dando cobijo a toda suerte de especulaciones.

El ficticio Fernando Besora llegará a compartir mesa con el general reusense, amigo personal de su padre; enviará telegramas desde París, en calidad de corresponsal de guerra, informando de la caída de Napoleón III y la derrota de las pomposas y abigarradas tropas francesas ante el gris, moderno y potente ejército prusiano; y, finalmente, será testigo de excepción del atentando que le costó la vida a Prim y da título a la novela.

La segunda trama, no cronológicamente, pues las tres se entrelazan a lo largo del relato, le sirve a Calvo Poyato para rendir un personal, inteligente y sutilmente paródico homenaje al género del folletín. Besora investiga el presunto asesinato de un niño durante la celebración de una misa negra, llevada a cabo por un cenáculo satánico con el que, según va descubriendo, podría estar relacionado el propio director del periódico donde trabaja.

Y la tercera trama es, como no podía ser otra forma, una historia de amor que mezcla ingredientes tan románticos, en el sentido decimonónico y genuino de la palabra, como una muchacha de 18 años, melena rubia y ojos verdes, la oposición frontal de una madre tan soberbia como arruinada, y un rival que dice ser estudiante de leyes y heredero de una rica familia terrateniente manchega, y tal vez oculte un abominable secreto... O sea, un amor difícil, vivido entre la trastienda de una pastelería, las naves más oscuras de la iglesia de San Ginés... y ojeras y lágrimas...

Hay que destacar, por último, la cuidada ambientación con la que Calvo Poyato ha dotado a su novela, pequeños o grandes detalles de la vida cotidiana de aquel Madrid que estrenaba hoteles de lujo, porque tenían cuarto de baño en las habitaciones, y estaba a punto de comenzar a moverse en tranvía.

Detalles que han sido distribuidos con una exquisita discreción y que están ahí para dotar de credibilidad a la historia y, paradójicamente, para que no se noten, para velar el brillo de su ausencia.

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