Cultura

El joven Robert Wyatt

  • Cuneiform rescata en un álbum cuatro maquetas grabadas por Robert Wyatt en 1968 que nutrirían los siguientes trabajos de Soft Machine

Completamente al margen desde hace décadas de cualquier corriente estilística concreta, no digamos ya de modas más o menos efímeras, la figura de Robert Wyatt (Bristol, 1945) mutó de capital en imperecedera cuando, en 2003, de forma no del todo impredecible, certificó con Cuckooland la crecida vigencia de un talento al que no logró derrotar ni la adversidad -aquel trágico accidente en 1973 que lo dejó paralítico tras caer por la ventana de un tercer piso- ni las varias y severas adicciones.

Cercano a los 60 años, poseído aún por el mismo espíritu libre que marcó sus pasos desde los lejanos tiempos de Soft Machine, pero instalado también en un plácido sosiego creativo fruto de la perspectiva, la experiencia y hasta de una resignada distancia frente a las barbaries de este mundo sin solución, Wyatt señaló con Cuckooland un penúltimo punto de fuga en el que su histórica inclinación por la psicodelia, la experimentación, las músicas tradicionales populares y el jazz -entendido éste, si es posible, en la acepción más rock del término- adoptó un cauce cuanto más clasicista en sus formas más iconoclasta en su fondo y en la cautivada percepción del oyente.

El fenomenal Comicopera (2007), natural prolongación de esa serena reinvención, y las revisiones, en gran parte de material ajeno, de For the Ghosts Within (2010), álbum firmado junto a Gilad Atzmon y Ros Stephen, ahondaron en esa vía, que hace del músico inglés, si no un género en sí mismo, sí un protagonista capital en la apasionante aventura de la transformación del rock -la de verdad, ésa que queda fuera del radar de las tendencias- en lenguaje sonoro, en código artístico, de primer orden -y no vamos a discutir aquí la presunta supremacía del jazz en este sentido ni las cansinas diatribas sobre la entelequia de la legitimidad cultural porque cualquier melómano abierto sabe ya que sus logros expresivos son perfectamente equiparables-.

Pero el largo camino hasta ese nuevo punto de fuga es en sí mismo una monumental colección de títulos que, al adelantarse en sus modos, pretensiones y resultados, marcan época y dejan rastros perceptibles al oído entrenado en la obra de coetáneos y, sobre todo, en la de generaciones posteriores, conscientes unas del legado al que deben el código y ajenas otras, quizás la mayoría, al origen de los cambios que contribuyeron a redefinir el lenguaje.

Más allá de la discografía de Soft Machine con Wyatt como partícipe, títulos emblemáticos firmados bajo nombre propio, como Rock Bottom (1974), Dondestan (1991) o Shleep (1997), construyen esa trayectoria definitivamente atípica, pausada en sus periodos de entrega pero también infalible en su reiterada condición de discurso único, original.

Convenientemente documentada ya a través de cuidadas reediciones, la primera etapa del músico recibe ahora una pieza maestra no sólo por cuanto de documento tiene -característica que quizás sólo justificaría por sí misma el interés de la impenitente legión de seguidores de Wyatt-, sino, sobre todo, por el material sonoro que atesora, llamativo en su propio origen y expansivo, desbordado, en su exposición temprana del indómito impulso creativo que domina desde entonces la carrera de nuestro protagonista.

'68, como su título indica, nos traslada al año en que Soft Machine completa una gira estadounidense como banda telonera de The Jimi Hendrix Experience, grupo con el que comparte manager y juergas. Pero mientras el grueso de la formación vuelve a Europa -Kevin Ayers viaja a su refugio ibicenco-, Robert Wyatt se queda en Los Ángeles y aprovecha el tiempo de descartes que le ofrece el ya famoso estudio TTG para registrar una serie de maquetas posteriormente completadas en Nueva York. Son justo esas cintas las que el sello Cuneiform, pendiente siempre de ilustres o ignotos francotiradores, ha rescatado del olvido y remasterizado hasta conseguir un sonido acorde a las expectativas. En ellas, un proverbialmente versátil Wyatt se encarga de tocar todos los instrumentos: sólo cede ocasionalmente el órgano a Mike Ratledge y el bajo, en un par de ocasiones, a Hugh Hopper y al mismísimo Hendrix, que pulsa las cuatro cuerdas, y de qué modo, en Slow Walkin' Talk.

La canción original de los seminales The Wilde Flowers, desde donde Wyatt y Brian Hopper saltarían a Soft Machine, y que Hendrix revisitaría posteriormente, conforma junto a Chelsa -compuesta por Wyatt y Ayers- el prólogo y el puente de un álbum que deja su auténtica razón de ser a dos largas piezas, Rivmic Melodies y Moon in June, de 18'19" y 20'36" respectivamente. Es en éstas donde se revela el Wyatt avant la lettre, hasta el punto de que el dilatado desarrollo de la primera, con sus delirantes improvisaciones onomatopéyicas sobre el alfabeto y con parte de la letra en español -una constante, la del uso de lenguas distintas al inglés, presente en la obra por venir de Wyatt- serviría luego como base a la mitad del segundo álbum de Soft Machine. Por su parte, Moon in June, rescatada por la banda en Third (1970), nos muestra a Wyatt desarrollando un concepto que aún tardará bastantes años en cuajar entre músicos y públicos, el de jazz-rock, antes de disolverse con celeridad en la vacuidad de un virtuosismo inane (justo lo contrario de lo que el inglés, sobrado de imaginación, proponía aquí).

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