Crítica de Cine

Yo (también) soy la justicia

Guillaume Canet, en una escena de 'Perdido'.

Guillaume Canet, en una escena de 'Perdido'.

El azar ha querido que el estreno español de la película Perdido coincida con el trágico desenlace del caso del niño almeriense Gabriel Cruz. Una coincidencia que, me temo, le hace un escaso favor de verosimilitud al desarrollo de este thriller francés sobre la desaparición de un niño y la posterior pesquisa del padre (Guillaume Canet) por encontrarlo por su cuenta y riesgo al margen del dispositivo policial y de toda lógica de manual de buenas prácticas.

El filme de Christian Carion se lanza así a una aventura sin retorno en la que todo pasa por suspender la lógica procedimental (de la que tanto sabemos últimamente por aquí) para entregarse a una desesperada y sagaz labor investigadora de un padre (separado y con mala conciencia) al que un guion bastante caprichoso le (nos) ha puesto primero todas las falsas pistas posibles y despejado después todos los obstáculos imaginables para conseguir resolver por sí mismo un caso del que, por otro lado, apenas nada se sabe.

Perdido abandona así toda lógica para convertirse en un descarnado, silencioso y abstracto filme de venganza (sic) entre montañas nevadas, lanzado a la pura acción y el movimiento, hacia su propio abismo argumental, sin necesidad de diálogos y explicaciones (serían imposibles), algo que, estando el fatuo Guillaume Canet de por medio, casi se agradece.

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