Cultura

En los límites de la escultura

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  • Ilustrar en el siglo XXI

Los paisajes urbanos de Anaís Angulo, en la Facultad de Bellas Artes.

Los paisajes urbanos de Anaís Angulo, en la Facultad de Bellas Artes. / javier albiñana

La obra de Anaís -Ana Isabel- Angulo Delgado (Málaga, 1985) divaga intencionalmente en un límite imaginario que ella misma relaciona con las narraciones de Lewis Carroll. La artista parece sentirse cómoda en esas lindes, de modo que su estreno individual en la Facultad de Bellas Artes (Plaza de El Ejido, s/n) lo pone de manifiesto, y lo hace bajo un proyecto, Violencias atemperadas, que juega igualmente ya de entrada con el mismo enunciado: ¿puede acaso un acto violento concebirse desde cierta suavidad? Lo que parece un terrible oxímoron asoma en este conjunto de piezas, en principio, escultóricas, con una serenidad pasmosa. Jesús Marín Clavijo se ha encargado de comisariar la exposición de Angulo Delgado, que podrá verse hasta el 21 de diciembre próximo y que se presta, desde el principio, a diferentes capas de interpretación. Lo hace porque, efectivamente, a simple vista parece que la artista ha dibujado para el público una deriva a su medida, fruto de sus andares oficiales y de sus desviaciones, de nuevo, deliberadas. Por eso nombra sus obras de manera que sea posible identificar el material encontrado -esa tradición duchampiana de la que resulta todavía difícil escapar- y asimismo ayude a reconstruir esos senderos, cotidianos y fortuitos. Aunque lo más interesante de la propuesta no sea, precisamente, la obviedad situacionista, y haya mucho más que entrever aquí. La escultora acomete un trabajo de recopilación de objetos a los que dota de una semántica radicalmente nueva que, en efecto, es la que oscila entre la fragilidad y la aspereza, el abrigo y la intemperie, el refugio y el abandono. Al mismo tiempo se sale de su propia disciplina para crear instalaciones en la que el arte pobre adquiere una súbita viveza de la mano de la naturaleza viva de un poto (Capuchinos, 2016). Lo arquitectónico también hace su aparición en Centro Histórico (2016), con esos cojines cubiertos de espuma de poliuretano que habrían de simbolizar esa flexibilidad tan peligrosa de la urbe, ligada a la gentrificación; por no hablar de Picacho (2016), la pieza más colorista (tanto es así que la goma espuma sugiere pintura), cuyo planteamiento pasa por deconstruir la propia obra para que adquiera un nuevo sentido.

Si la escultura parte de la lógica del monumento -como indica el comisario en su texto, siguiendo a Rosalind Kraus-, obras como Cristo de la Epidemia (2016) conmemoran el pasado de un framento del callejero malagueño, su explicación traída al presente en forma de una obra que precisa de un punto de apoyo para exhibirse, teñida de granate, en recuerdo de la sangre vertida por la peste del siglo XVIII. O indican la actualidad desértica de un territorio en expansión, caso de Teatinos (2016), compuesta por una goma espuma interior de cojín suspendida en el aire y con la pata de una silla como soporte. San Felipe Neri (2016) es la única pieza que cuelga de la pared, quizá para recuperar ese hálito de espiritualidad que se respira en el templo del mismo nombre.

Sin embargo, la violencia atemperada en su máxima expresión la encontramos en Victoria (2016). Un armario roto en dos pedazos entre los que media un considerable espacio, el lugar de la reflexión que nos conduce hacia la pregunta inicial: ¿puede acaso un acto violento concebirse desde cierta suavidad? En este caso, sí. Uno de los materiales preferidos por Angulo Delgado, la guata, se mezcla aquí con la goma espuma para amortiguar la agresividad de la pieza escultórica. Agresiva por el cisma que representa, por la distancia entre una mitad y otra, y por el resultado de la rotura/ruptura… representa maravillosamente ese contraste entre la madera violentada (las astillas como tremenda respuesta) y la suavidad de los cajones envueltos en espuma. Es ahí donde hallamos la respuesta al quid.

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