publicación Análisis de Francisco Javier Tovar Paz sobre uno de los grandes realizadores contemporáneos

Una línea delgada y roja

  • La editorial Akal acaba de publicar 'La delgada línea roja', la primera monografía escrita en España sobre el cineasta estadounidense Terrence Malick

El de Terrence Malick es un caso impar. Tras debutar en el largometraje con Malas tierras (1973) -un relato que acusaba la beneficiosa influencia de Nicholas Ray-, el cineasta invirtió cinco años en la realización de su siguiente título, Días del cielo (1978), que evocaba los de grandes maestros como John Ford y King Vidor. A pesar de los numerosos parabienes críticos, la pésima andadura comercial de ambas, en especial de la segunda, lo retiró de la circulación. La industria debió de preguntarse: ¿de qué sirve tener talento si no se es capaz de llenar los cines? Mientras se ganaba el pan de cada día impartiendo clases de literatura, Malick emprendió diversos proyectos que se desinflaban sin alzar el vuelo. Los espectadores lo dábamos por perdido cuando, veinte años después, como los mosqueteros de Dumas, regresó tras las cámaras (y por sus fueros) con una película excepcional a la cual Francisco Javier Tovar Paz, profesor titular en la Universidad de Extremadura, ha consagrado la primera monografía dedicada al cineasta en España. La delgada línea roja (1998), libre adaptación de la novela homónima de James Jones, indaga en la peripecia vital, existencial, de un grupo de soldados norteamericanos en la campaña de Guadalcanal durante la segunda mitad de 1942.

Aunque los uniformes y las acciones nos constriñan a circunscribir el filme al género bélico, Malick vuelve a salirse por la tangente y transforma la película en una experiencia al margen de convenciones genéricas o moldes narrativos convencionales, que no invoca unos referentes concretos; el cine pasional de Ray, el relato épico-lírico de Ford o el drama humano y humanista de Vidor siguen siendo claves válidas, empero suficientes, para descifrar el filme. El caso es que los referentes existen, pero fuera de los anales cinematográficos. Francisco Javier Tovar Paz abre en abanico un repertorio apabullante, bien razonado, que va de Homero a Ludwig Wittgenstein, pasando por Sócrates, Virgilio o Heidegger... Antes que cineasta, Malick fue filósofo y su actitud ante el hecho bélico es la del pensador que, al abordar el tema de estudio, adopta una perspectiva oportuna, quizás inusual, y una distancia justa, tal vez incómoda. Según Malick, la guerra es un conflicto ineludible: "[En la película] no se justifica la guerra; simplemente se está en la guerra, como se está en la vida. Y la guerra es un acto colectivo e individual, simultáneamente, como la vida misma. Y se está vivo por la sencilla razón de que no se está muerto. De alguna manera, una vez que una guerra se ha declarado y se combate, hay que participar ineludiblemente en ella; como se está en la vida, como se está vivo", escribe Tovar Paz.

El concepto que da título al filme, que cabría entenderse como ese tenue trazo que separa la cordura de la locura, la vida de la muerte, rememora un mundo de héroes y hazañas muy popular en ámbito anglosajón: "La expresión se acuñó para definir el heroísmo del ejército británico en la guerra de Crimea contra los ejércitos rusos a mediados del siglo XIX, y fue popularizada en un verso del poema Tommy de Rudyard Kipling, a finales del mismo siglo. El color rojo hace referencia a la casaca de unos soldados que, aun conscientes de su inferioridad numérica, se adentraron en formación horizontal, sin retaguardia, como una única línea donde cada hombre era el primero y último de su fila, sacrificándose ante el enemigo con el fin de salvaguardar al resto del ejército". En el filme, por el contrario, no hay patria ni patrioterías. No existe el buen soldado Ryan de aquella película de Steven Spielberg, estrenada también en 1998, sino unos hombres armados, que se matan entre sí, en un paisaje de gran belleza. En vista del protagonismo de la naturaleza, esa "delgada línea roja" es también "la del horizonte; es decir, la línea de un atardecer o de una aurora", apunta el autor del ensayo.

En la película no hay un protagonista principal. El cineasta prescinde de la identificación entre un personaje destacado y el espectador, y presenta a media docena de ellos muy distintos entre sí, personajes contrapuestos, de caracteres distintos, identificados por un mismo recurso formal (una voz en off en absoluto explicativa, utilizada a la manera de flujos de conciencia) que permite al director mostrar (y poetizar) los diferentes actitudes o estados que esta situación límite provoca en los soldados: el desencanto y el hartazgo, el miedo y la neurosis, el instinto y el egoísmo, los deseos de gloria más cerriles, la idealización de cuanto se ha quedado en retaguardia o la apelación a la profesionalidad para no ser devorado por la riada de los acontecimientos. En la novela de James Jones se lee: "Cada hombre libra su propia guerra"; Malick lo ilustra con una sucesión ininterrumpida de imágenes, ora delicadas, ora enérgicas, construidas según los postulados del "cine de poesía", no del "cine de prosa" habitual.

La delgada línea roja es un portentoso poema que rima instantes y reflexiones sobre lo que pasa en el interior del hombre en un contexto extremo, sin que por ello se resienta la exacta valoración dramática de los episodios y una progresión narrativa admirable. Francisco Javier Tovar Paz señala y analiza las múltiples referencias clásicas que Malick introduce en la historia: el desembarco estadounidense en Guadalcanal está planteado como el asalto griego a la legendaria Troya. La comparación no es forzada. El director reparte diversas citas a lo largo del metraje que legitiman dicha exégesis. En cierto momento, el general Tall (Nick Nolte) evocará aquella famosa imagen homérica de la Aurora de dedos rosados, que encontramos hasta cuatro veces en la Ilíada. El brindis nunca es gratuito. En Terrence Malick, lo clásico no es sólo un humus enriquecedor, sino una forma de mirar.

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