Cultura

La luna interior

Ciencia-ficción, Reino Unido, 2009, 90 min. Dirección: Duncan Jones. Guión: Duncan Jones y Nathan Parker. Fotografía: Gary Shaw. Música: Clint Mansell. Intérpretes: Sam Rockwell, Dominique McElliot, Kaya Scodelario. Cines: Vialia.

Hace ahora 40 años que su padre, David Bowie, le cantaba al Comandante Tom en la memorable Space Oditty. De tal palo, tal astilla. Duncan Jones debuta ahora como cineasta con una nueva visita al universo de la ciencia ficción preñado de filosofía existencial, mensaje humanista y más introspección que aventura. El escenario, una base en la superficie de la Luna en la que un astronauta-minero (un Sam Rockwell dándolo todo) recoge muestras del nuevo combustible del futuro para enviarlas a la Tierra. Son ya tres años (de contrato) los que lleva en soledad en la base, acompañado por la rutina, los recuerdos y la cálida voz (Kevin Spacey en la versión original) del ordenador de a bordo que, al modo de un Hal 9000 con menos mala leche, le sirve de amigo, camarero, enfermero y psicólogo. Un accidente le hará descubrir un insólito aspecto de su identidad.

Con unas referencias evidentes, que van de Blade Runner (o la conciencia finita del humanoide) a 2001, Una odisea del espacio, de Atmósfera Cero (pero sin suspense) a los espejismos del alma de Solaris, la obra maestra de Tarkovski, y un respeto casi reverencial a las formas más canónicas del género, Moon apunta a la metáfora (la memoria, la identidad, la ciencia alienante y destructora) sirviéndose de una imaginería clásica y apaciguando cualquier atisbo de acción exterior para ofrecer reflexiones sobre la (minúscula) condición humana en el Universo.

Sin prisa alguna, tanto que se diría que la película se le estanca en las manos, Jones va dejando salir poco a poco la tragedia existencial que atenaza a nuestro protagonista, cada vez más consciente de su suerte. Sam Rockwell se las apaña para salir airoso de su monólogo por triplicado y para darle las réplicas a una fría máquina con el rostro de un smiley de los años 80. La excelente banda sonora de Clint Mansell pone algo de alma y tensión artificial a un relato algo flácido y simplista no precisamente bien resuelto en su desenlace final.

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