Cultura

La memoria es un cante por fiestas

  • La Bienal de Málaga abrió ayer su cuarta edición con un homenaje en el Teatro Cervantes a La Cañeta, testigo clave de la edad de oro del género

"Cuando acabe esto no irse muy lejos, que voy a poner una cazuela de fideos para todo el mundo". Así se despidió ayer Teresa Sánchez Campos La Cañeta ante los suyos del escenario del Teatro Cervantes, donde se le prodigó el merecido homenaje que sirvió de acto de inauguración de la cuarta edición de la Bienal de Flamenco de Málaga. Y lo hizo sin terminar de coger el trofeo que le entregó el presidente de la Diputación, Elías Bendodo, si bien la artista ya le había advertido, nada más verlo de lejos, de que "eso parece que pesa mucho". Habría estado bien una pataíta para ponerlo todo en su sitio, pero La Cañeta no se encontraba bien, y aun así vino desde Marbella a dejarse agasajar; sin embargo, bastó escucharla en su breve intervención para celebrar que Teresa Sánchez sigue entre nosotros, intacta, aunque no ilesa, y que mantiene su genio con la misma frescura y espontaneidad. Cada palabra que salía de sus labios evocaba los corralones del Perchel en los que se crió (a ellos regresará, el próximo 6 de junio, para, entonces sí, y si Dios quiere, dar más muestras de su arte en el Corralón de Santa Sofía, donde hace dos años El Tiriri hizo lo propio, y salió más que airoso), aquella Málaga gris y pobre surcada de tranvías, los tablaos y las juergas; pero también, y tal y como detallaron en su presentación Gonzalo Rojo y Paco Roji, el arrebato gitano por el que Lola Flores entregó la cuchara, el corazón agitado por frenéticas bulerías para asombro del tablao El Duende, en el Madrid de los años 60; el coraje y el talento que llevaron a La Cañeta a triunfar en México, en Estados Unidos, en Latinoamérica, en Japón, sola o de la mano de tantos, de su marido, José Salazar, de Pepito Vargas, o en la compañía de Antonio Gades. La Cañeta heredó de su madre, La Pirula, un pellizco irrepetible para invocar a los ángeles a base de cante por fiestas, aunque fuese recitando los números de la Bonoloto, como recordó ayer Roji; y ahora es, por derecho, y por mucho que lleve décadas en su plácido retiro en Marbella, sostén necesario de la memoria para una Málaga en la que toda aquella gloria decidió perderse un día para siempre.

Así que esta puesta de largo de la Bienal de Arte Flamenco de Málaga (que se prolongará, en su cuarta edición, hasta el mes de septiembre, con más 120 actuaciones en más 40 municipios a manos de más 200 artistas, entre ellos José Mercé, Eva Yerbabuena, El Pele, Antonio Canales, Argentina y Farruquito) tuvo mucho de evocación y reparación de un tiempo y un lugar a través del flamenco. También de reivindicación hacia el cante en su dimensión de bien cultural, como la que tejió el crítico Manuel Curao en una intervención basada en el magisterio clave de Antonio Fernández Días Fosforito, presente entre el público (y participante en la inauguración de la tercera Bienal, hace dos años, en el mismo escenario). Y, finalmente, de la expresión pura del flamenco, como la que sirvió en bandeja el tocaor Chaparro de Málaga por rondeñas. Anunció en su discurso Elías Bendodo que la Bienal editará un disco antológico de El Tiriri con sus mejores cantes; más leña para un fuego, el de la memoria, cuya combustión parece imperecedera en Málaga.

Concluida la primera parte de la inauguración (un tanto árida con tantas intervenciones académicas, aunque finalmente equilibrada por el genio de Teresa Sánchez), La Moneta se alzó como protagonista con su espectáculo Paso a paso. Andando el camino.

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