Cultura

El mérito está entre las piernas

Frente a la costumbre que nos hace a los practicantes del teatro sentirnos más viejos, y al cabo serlo, el Cervantes se llenó ayer de pandillas de jovencitos dispuestos a sentarse frente a un clásico durante más de dos horas. El milagro, claro, tenía el nombre de un reparto de popularidad televisiva encabezado por el malagueño Fran Perea, que además debutaba en el coso. Y hubo que alegrarse, no sólo por los de edades menores: justo a mi espalda, en el patio de butacas, una espectadora de mayor experiencia confesaba a su acompañante que la última vez que asistió al teatro fue para ver un Romeo y Julieta hacía décadas. Así que, de entrada, el ambiente bien valió la llegada a Málaga del montaje, y cada cual se entienda con sus motivos.

El caso es que este Burlador propuesto, dirigido por el eficaz Emilio Hernández, presenta diversos y a menudo sorprendentes hallazgos. El primero es Perea, que sube a las tablas un trabajo bien hecho en compostura, dicción y profundidad, aunque a veces abuse de la parodia y otras se quede corto a la hora de insuflar sangre a su Don Juan. El resto del reparto se debate entre la juventud de unos, garantía de agilidad y frescura (y también de algunos contratiempos, como los problemas de respiración de Lluvia Rojo), y la veteranía de otros (estupendos Manuel Tejada y Juan Fernández). Entre ambas orillas, merece la pena subrayar la construcción que Jorge Roelas hace de Catalinón, a la sazón escudero del anti-Quijote y afortunadamente salvado del evidente riesgo de quedarse en un cabaretero de turno.

La lectura que Emilio Hernández hace del mito original de Don Juan, posible obra de Andrés de Claramonte aunque atribuida tradicionalmente a Tirso de Molina, se presenta acorde con la percepción actual en cuanto al sexo y la identificación de género, dos aspectos que funcionan en el montaje como cara y cruz de la misma moneda. Abunda la intención, respetable por cuanto no cae en el panfleto, de entender el poderío que Don Juan guarda entre sus piernas como el ataque machista a la mujer, engañada y víctima del patriarcado contra el que clama venganza. Nada hay que objetar, aunque habría resultado interesante presenciar una versión más fiel al original, más próxima al mito y por tanto más política, más obscena: pocas ataduras deshace este Don Juan a la hora de burlar a las damas. Aplicar un poco más de fondo y peso al gran fornicador, más allá de su maestría en el arte de poner cornamentas, habría servido para mostrar que todavía hoy son la cama y su uso los que determinan la Historia.

Lo que sí desmerece, en cualquier caso, es la ambientación musical y la desafortunada introducción de textos cantados junto a los versos recitados, además de una escenografía pobre (la crisis no puede justificarlo todo) y una iluminación que aporta poco significado a un conjunto perjudicado.

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