Cultura

La mueca perpetua

  • Tribanda edita 'El hombre que ríe', clásico del mudo tardío y penúltima película en Hollywood del alemán Paul Leni

Rodada en 1927, El hombre que ríe, el penúltimo filme de Paul Leni, es uno de esos filmes-bisagra que se tensionan entre el mudo y el sonoro, ofreciendo un último y brutal carrusel de imágenes sin aura (es decir, sin la distancia suficiente para que nuestro ojo las dome) que se esparcen inolvidablemente por el filme de género, melodrama histórico y sentimental que adaptaba la literatura de Victor Hugo y al que le encajaba a la perfección la música romántica y los fondos sonoros de verosimilitud que la Universal le insertó -mediante el sistema Movietone que introdujera en la industria William Fox- y que retraso el estreno del filme un año. Leni fue uno de los cineastas alemanes que invadieron Hollywood tras el éxito expresionista, habiendo demostrado en Die Hintertreppe y en Das Wachfigurenkabinett haber asimilado a la perfección la evolución de la estética weimariana desde la clausura metafórica hasta la fluidez narrativa: se trataba de un cine que ya no necesitaba el apoyo de las palabras en intertítulos y que había logrado deconstruir la densa estilización, afianzando, entre otros motivos formales, la exploración del juego de luces y sombras, lo que podía encontrar perfecto acomodo en los géneros nocturnos de la ya muy jerarquizada industria norteamericana. Llamado por Car Laemmle a la Universal, Leni tuvo su primer gran éxito en ese mismo 1927 con The cat and the canary, donde la comedia y el terror eran filtrados por esa puesta escénica enfática y visualmente atrevida a la que hacíamos referencia arriba, es decir, en tanto que decantación lúdica del expresionismo más radical. Lotte Eisner dejó dicho que a Leni los EEUU le eran necesarios para limar su inclinación a la superabundancia formal. La verdad es que su repentino fallecimiento en 1931 cortó de raíz el debate sobre el futuro de tan generoso despliegue expresivo; a nosotros, no obstante, nos parece bien que sea en esa desmesura aún no domeñada del todo por el código genérico y por la palabra sonora donde haya que buscar las bondades de su cine, y las de un filme tan singular como El hombre que ríe.

La historia de Gwynplaine es la de una caída social que recibe una marca física. Hijo de un aristócrata caído en desgracia y asesinado, a Gwynplaine lo vende el monarca a los "comprachicos", una banda de gitanos que practica la cirugía para distorsionar facciones y fabricar fenómenos de feria: a él le quedará una perenne siniestra sonrisa, pero con ella saldrá adelante entre el pueblo llano, que reclama sus actuaciones, y la misma no le impedirá encontrar el verdadero amor, el que le profesa Dea, una joven ciega a la que rescató de morir congelada cuando huía de los "comprachicos" en una de las secuencias más inolvidables del filme. Abajo, en la vida carnavalesca de la feria, donde Ursus -el padre adoptivo-, Gwynplaine y Dea establecen su móvil existencia, es donde Leni encuentra la coartada expresiva para desencadenar la cámara, y que ésta atente contra la ley de la gravedad entre el vociferante gentío. Esas tomas virtuosas encuentran su contrapeso en las de la corte, donde florecen las conspiraciones y la trama se espesa por una arquitectura manchada por el poder. Gwynplaine, al volver a ser reclamado por la realeza como parte de otra oscura estrategia, será quien una lo bajo con lo alto, siendo su rostro monopolizado por la fija sonrisa fuente de emisión de muecas angustiosas ante las que se suspende nuestra capacidad de interpretación. El sonoro, tumba del cine de gestos, se imponía y Veidt ya sólo contaba con la frente y los ojos para traducir su interior.

Director Paul Leni. Con Conrad Veidt, Mary Philbin, Olga Baclanova, Cesare Gravina, Julius Molnar Jr. Tribanda.

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