Crítica de Teatro

¡Esto es de película!

Paco Inestrosa, Virginia Nölting y Miguel Zurita (de espaldas), en la representación de 'La presa'.

Paco Inestrosa, Virginia Nölting y Miguel Zurita (de espaldas), en la representación de 'La presa'. / javier albiñana

Como en todos los thrillers, o mejor dicho en los buenos thrillers, uno desea sentir a toda costa una presión en el pecho que le haga estar pegado a la silla durante toda la película. Presión, nerviosismo, adrenalina. La sensación de querer ver y no mirar al mismo tiempo. ¿A quién no le ha ocurrido recientemente con Tarde para la ira o El hombre de las mil caras? Es imposible no mencionar sobre todo esta última película cuando se habla de lo que se vio el miércoles durante el estreno de la cuarta producción del proyecto Factoría Echegaray. La presa no comparte el mismo argumento -aquí no hay fuga, sino secuestro-, pero sí que radiografía de manera certera, aunque no tan cortés como en el filme de Alberto Rodríguez, el panorama político actual en España: algo podrido hasta la médula por la corrupción, la codicia y los tratos de favor.

La acción de esta pieza escrita por el dramaturgo y periodista Pablo Bujalance se desliza a ritmo apasionante durante 80 minutos, en los que la banda sonora, obra de Jesús Durán, se convierte en un actor más y hace de las transiciones algo divertido, ameno. Tanto que se dio un hecho que a muchos sorprenderá: en ningún momento sonó un maldito móvil, y pocos despegaron la mirada del escenario. Y eso es de agradecer. La música afloja para presentar a tres personajes que acaban de raptar a un cuarto. El primero, Saúl, un político cincuentón, fracasado y aparentemente frágil, es interpretado por un Paco Inestrosa que se sale en su papel manteniendo nervioso al público en todo momento. El segundo, Miguel Zurita como un buscavidas sin escrúpulos con aires de macho ibérico español, viene a confirmar lo que muchos sabemos: hay verdaderos camaleones de la interpretación en Málaga y ese es Zurita. Y el tercero, una mujer perdida, sin recursos y con hijos, que cobra sentido cuando una pletórica Virginia Nölting se sube a interpretarla.

A pesar del ambiente en continua tensión -llamadas telefónicas, carreras, pistolas arriba-, el humor, un sello ya inconfundible en las creaciones de Bujalance, también se convertirá a ratos en otros de los elementos que dará mayor empaque a la obra porque le dejará respirar al espectador. Al igual que la elegante iluminación. Pasados los 20 minutos, el secuestro parece no terminar de salir como ellos esperan y la tensión aumenta. Los actores sabrán jugar con eso para mantener la atención de los asistentes, que se enfrentarán con La presa a un auténtico dilema ético. Todos ellos se preguntarán qué cabe esperar de algunas acciones llevadas a cabo por personas con una gran responsabilidad en la sociedad. Y lo harán escuchando a los intérpretes llamar las cosas por su nombre. El texto, bastante cuidado, huye de los eufemismos, y la pulcra dirección de Eduardo Velasco más aún si cabe.

En determinado momento, aparecerá la actriz Rocío Rubio como la hija de Saúl, Fátima, que jugará un papel importante. "Aquel eras tú. El hombre del poder y del dinero. El héroe capaz de asaltar el cielo. Creías que ibas a ser joven para siempre, pero las fuerzas ya te fallan, padre", recita. Para cuando uno se da cuenta de que acaba, sólo tiene algo que objetar: las limitaciones del espacio, del teatro. Sin embargo, quién no diría que lo de La presa no es de película basada en hechos reales. Yo, sí.

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