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Cultura

El piano-bar de Rufus Wainwright y lo malo de las guitarras

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Coger una guitarra en un piano-bar es una locura, un absurdo que puede devenir en ridículo si no se sabe qué hacer con ella. Para prueba, están las dos noches de Rufus Wainwright sobre las tablas del remozado Teatro Cervantes. Si la propuesta del piano -magnífica pieza, por cierto- era dudosa, todos hubiésemos preferido verle con una gran banda, el rollo folk fue ver desnudo al emperador.

Quizá sea cosa de la crisis, pero en Málaga parece que nos ha dado por las visiones intimistas, así Rufus, así las fotografías de Lee Miller en la Casa Natal; la idea no es mala, que la austeridad acerca a la gente, pero no es fácil desde el alejado escenario del Cervantes. Lo de Wainwright acabó siendo algo frío, aunque él echó humor al asunto -el viernes no paró de intentar cantar un tema que se le hizo más imposible que subir en bicicleta el Alpe d'Huez, asunto que solventó con chistes-. La voz es lo mejor de este músico, cuyas canciones son más que buenas, mejores aún las de sus primeros discos, pero que no debería ir solo por el mundo.

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