Cultura

Cómo poner un teatro boca abajo

Los Reyes Magos llegaron ayer a Málaga. Simplemente dieron un rodeo y, en lugar de venir de Oriente, lo hicieron desde el sur de Estados Unidos. Al regalo que dejaron en esta ciudad no le hicieron falta lazos ni paquetes: ver el Teatro Cervantes repleto, dando saltos al unísono y entregado desde todos los flancos bastaba para decir que sí a la Navidad y a cualquier cosa, porque el de ayer fue un concierto histórico que cerró un año inolvidable de actuaciones musicales (baste recordar las de Lou Reed y Steve Winwood), lo que confiere aún más mérito a la hazaña. Sin trampa ni cartón, sólo a base de gospel, soul y rock and roll, Jimmy Carter y los suyos dieron una lección acerca de cómo pueden meterse mil personas en un bolsillo.

Hace ocho años tuve la oportunidad de ver a The Blind Boys of Alabama en Las Palmas de Gran Canaria. Desde entonces han llovido algunos Grammys, pero también hubo que lamentar la pérdida del grandísimo George Scott, uno de los miembros fundadores. Ayer, aun sin contar con los poderosos graves del maestro, pude comprobar que la energía de esta banda que ha conquistado a lo más selecto del rock (desde el citado Lou Reed hasta Peter Gabriel, pasando por Ben Harper) sigue intacta, donde el fan más optimista querría encontrarla. Había que ver a Carter recorriendo los pasillos del patio de butacas, calentando al personal e ignorando los consejos de su guía, para comprender que la magia que estos hombres destilan resulta hoy, sesenta años después de su primer disco, tan inexplicable como el primer día. Hubo momentos navideños, claro, como en White Christmas y un emocionante Noche de paz, pero los Blind Boys traían disco nuevo, Down in New Orleans, y el Adviento terminó siendo mera excusa. Desde la inicial Down by the riverside, lo más granado del álbum que probablemente significará el quinto Grammy del grupo se fue desgranando en momentos de verdadero arrebato, como en Free at last. Hubo también un generoso repaso a temas de la discografía reciente, como un emotivo Jesus Christ is born de Go tell it to the mountain y, especialmente, un There will be a light frente al que había que ser piedra para no echar unas lágrimas. La banda se mantuvo soberbia, como siempre, con una afinación portentosa, una facilidad para inventar armonías por la que Mozart se habría olvidado de los masones y un sentido del ritmo proverbial y auténtico.

El resultado fue un Teatro Cervantes puesto en pie, frenético, que respondió, cantó, bailó, hizo sonar sus manos y salió por la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, después de haber tenido la oportunidad de saludar personalmente a Jimmy Carter y los suyos, que atendieron amablemente a la salida. Con George Scott en la memoria, The Blind Boys of Alabama siguen siendo los de siempre. ¿La mejor banda del mundo? Tal vez: pero incluso de esta vanidad carecen.

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