Jesús López Cobos. Director de orquesta

"No puedo exigir que un teatro me pague lo que me pagaba hace diez años"

  • Premio Príncipe de Asturias de las Artes, su batuta se repartirá en los próximos años entre Berlín y Viena · En Málaga tuvo a su primer profesor, Manuel Gámez, y hoy regresa con una conferencia en el Foro Mediterráneo

La universalidad de Jesús López Cobos (Zamora, 1940) tiene en Málaga una piedra de toque. Vinculado a ella desde su infancia, el afamado director de orquesta regresa cada verano para disfrutar de una temporada de asueto en Marbella. Su batuta ha viajado por todo el mundo y durante los próximos años se debatirá entre Viena y Berlín para regresar a Suiza, donde tiene fijada su residencia. Afable y buen conversador, la coherencia que preside la trayectoria de este Premio Príncipe de Asturias de las Artes es la misma que proyecta en sus reflexiones. Esta tarde las compartirá, de nuevo en Málaga, como ponente para el Foro Mediterráneo.

-El título de su conferencia cobra hoy más sentido que nunca: Función de la orquesta y su director en la sociedad...

-Y tanto. De hecho de lo que voy a hablar es de cómo la orquesta como institución ha sufrido muchos cambios y ha sido un espejo de lo que ha pasado en la sociedad de cada época, desde que estaba al servicio de la aristocracia hasta la actual en la que hay toda una serie de equilibrios y tensiones, las mismas que existen en la sociedad. Y con el objetivo común de estar al servicio de la armonía y la belleza, que hoy corre el riesgo de perderse.

-¿Por qué cree que es necesario preservarlas?

-Voy a basar la charla en la película de Fellini, Ensayo de orquesta,en la que hacía una perfecta comparación de lo que es democracia, tiranía y lo que ocurre dentro de una orquesta. Ese juego de tensiones es lo que hace interesante nuestro trabajo.

-Y la belleza y armonía como objetivos a perseguir...

-Se trata de enseñar sin palabras lo que se puede conseguir cuando se está al servicio de la armonía y todos los esfuerzos de cada uno de los miembros de la orquesta se dedican al mismo bien común. Ese es un ejemplo que se le puede dar a la sociedad actual, con nuestro trabajo.

-El consejero de Cultura ha pedido a las orquestas que se apliquen el principio de austeridad y que sus directores se bajen "mucho" el sueldo, ¿lo comparte?

-Me parece lógico. Yo no puedo exigir que un teatro me pague lo que me pagaba hace diez años, porque no tiene ese dinero. No son sólo unos pocos los que tienen que pagar el pato.

-Decía Daniel Barenboim hace unos días que los políticos creen que la música clásica es "elitista" porque carecen de "formación", ¿es ese el talón de Aquiles?

-La cultura no es ni muchísimos menos elitista, al revés, la obligación de los gobiernos es ponerla al alcance de todos. Al fin y al cabo cultiva una parte del ser humano, que es el espíritu. No se trata únicamente de alimentar al hombre con comida. En la mayor parte del mundo, empezando por EE.UU se va descuidando cada vez más el estudio de las artes. No se pueden abordar como un mero entretenimiento.

-Las orquestas sinfónicas reclaman al Gobierno la Ley de Mecenazgo para estimular con ventajas fiscales a los futuros patrocinadores, ¿cree que es una buena salida?

-Sí, precisamente en un marco de crisis económica puede ayudar muchísimo, como ha pasado en Estados Unidos o Inglaterra. Allí, las instituciones culturales a través de esa Ley de Mecenazgo pueden compensar la falta de subvenciones. Si alguien ama el arte en general y quiere poner una parte de su patrimonio para apoyarla, ¿por qué no hacerlo posible con desgravaciones fiscales? Es un modo indirecto de que el Estado apoye la cultura.

-Tras su etapa como director música del Teatro Real dice ahora que no quiere ocupar ninguna titularidad más, ¿demasiada presión?

-Lo digo sobre todo por la edad. No me veo con 72 años empezando de nuevo. Aproveché que terminaba mi contrato con el Real para decir: esta es la última. Yo siempre he creído en las relaciones largas -aunque en España las he tenido cortas-. He estado en EE.UU y 16 años en Berlín 19 años. Pero ya con mis años no tienes garantías de que en ocho o nueve años esté en forma. Y como director titular tienes más preocupaciones y dolores de cabeza hoy que hace 20 años.

-¿Cómo recuerda su infancia en Málaga?

-Con mucho cariño. Llegué aquí con seis años y me quedé hasta los 19. Estuve en el seminario siete años y ahí fue donde me enseñaron música. Cantábamos todos los días gregoriano y polifonía. Don Manuel Gámez fue mi primer profesor y a él le debo el amor a la música que me inculcó con 10 años.

-Ha trabajado varias veces con el barítono malagueño Carlos Álvarez, ¿cómo valoraría su regreso a los escenarios?

-Estoy encantado de que comience otra vez y esté en forma. Sería una pena que su calidad humana e inteligencia no pudieran volver a mostrarse ante el público.

-En Japón, en los 80, pudo ofrecer por primera vez la tetralogía completa de Wagner, ¿ha sido su mayor satisfacción?

-Fue un acontecimiento, de mis momentos más intensos. La entrada costaba 3.000 dólares y había gente que repetía tres veces. Había una auténtica locura por escuchar Wagner en Tokio.

-¿Se le ha quedado alguna locura parecidad en el tintero?

-Me gustaría haber hecho La Pasión según San Mateo de Bach, pero hoy día no se puede, es un repertorio que hay que hacer con una orquesta especializada en Barroco. Lo tenía programado con la Orquesta Nacional pero murió mi mujer y tuve que suspender durante tres meses todo. Es una espina que se me quedará siempre.

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