Crítica de Teatro

De la risa al llanto: nada que no sepamos

Belén Cuesta, en la obra.

Belén Cuesta, en la obra. / m. h.

Ganadora del Pulitzer en 2007, Rabbit hole, vertida al castellano en este montaje de David Serrano como Los universos paralelos (y adaptada al cine en 2010, en un filme protagonizado por Nicole Kidman), es la obra más reconocida del dramaturgo y guionista estadounidense David Lindsay-Abaire, creador afín tanto a la escena Off-Broadway como a los musicales de mayor éxito (y autor de Buena gente, pieza que pudo verse también en el Cervantes en enero del año pasado, dentro del Festival de Teatro, en un montaje protagonizado por Verónica Forqué y dirigido igualmente por David Serrano). En la aproximación a un matrimonio ocho meses después de la terrible pérdida de su hijo de cuatro años en un accidente de tráfico, Lindsay-Abaire encuentra el mejor caldo de cultivo posible para su ideal del nuevo drama americano, donde conviven pasajes puramente dramáticos con otros adscritos con plenitud a la comedia; en el fondo, el invento sirve en bandeja un realismo reconocible por el gran público en cuanto la existencia cotidiana, pero más aún en sus trances decisivos, se resuelve precisamente así, con el paso continuo de la risa al llanto. Como hiciera en Buena gente, Serrano se lleva el asunto a su terreno con una propuesta que respeta la naturaleza original de sus personajes y que subraya, sin excesiva dificultad, los matices generales y transfronterizos del texto. Y lo hace con una dirección bien calibrada y mejor orquestada, con una ajustada proporción de los silencios y un eficaz cariz poético de las transiciones, en las que a menudo los personajes de una escena entablan su diálogo cuando los de la anterior no han salido todavía. El espectáculo se beneficia de la solvencia interpretativa de Malena Alterio y Daniel Grao, ambos geniales en el dominio de la contención (precisamente, si Grao pierde credibilidad es en los momentos en los que su personaje estalla). Belén Cuesta defiende un papel superficial, perdonen la redundancia, con excesiva superficialidad: un leve asomo de hondura le habría venido de perlas para conferir más verdad a su criatura.

Como, previsiblemente, sucede en el texto original, Los universos paralelos se hace más teatro en los pasajes cercanos a la comedia y más cliché en los momentos dramáticos, donde a veces se tira al barro de la lagrimita fácil de manera un tanto inmerecida. Quizá lo peor de la propuesta es que ni escénica ni argumentalmente nos cuenta nada que no sepamos: todo, incluida la dirección, se hace previsible y por tanto, en ocasiones, aburrido. No obstante, la empatía que logra despertar, a veces hasta hacerse incómoda, la convierte en un as a tener en cuenta.

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