Antonio Fernández 'Fosforito'. Cantaor

"Me siento como un cantaor de mil años"

  • El artista cordobés, Llave de Oro del Cante y residente en Málaga, añadió recientemente un nuevo reconocimiento en San Fernando (Cádiz) con el Premio Leyenda del Flamenco

-Un premio más para sumar a su nutrida nómina. ¿Cómo se siente?

-Pues me siento muy agradecido, es un honor. Uno ha recibido tantos premios a lo largo de su vida que a veces la gente empieza comparar unos con otros, pero para mí todos son un reconocimiento porque todos se dan con la misma fe y cariño, y porque se sabe la voluntad y el talante de los que te lo dan, la alegría y la amistad que tú puedas aportarle con tu presencia al acto o lo que sea. Es bonito siempre que te reconozcan lo que tú haces, bueno, lo que has hecho, porque con la edad que yo tengo poco voy a hacer ahora.

-¿Se ve como una leyenda?

-Yo soy una persona normal. Sólo me siento como un cantaor de mil años, que nunca ha tenido un mal gesto con nadie, que ha tenido los brazos abiertos para todo el mundo y que he dado todo lo que ha tenido en todo momento. Y nada más. Lo demás son la gente que te reconocen, yo no sé qué mérito he podido hacer para que me dieran la Medalla de las Bellas Artes o para que me hagan miembro de la Real Academia de Córdoba o del claustro de profesores de la Universidad de Alcalá de Henares, o la Medalla de Andalucía o la de la provincia de Málaga... No sé... Yo lo único que he hecho en toda mi vida es cantar, dar el corazón a pedacitos. Empecé siendo un superviviente de la posguerra y me he mantenido en ese ranking del flamenco sesenta y tantos años.

-En ese repaso se le olvida la Llave de Oro del Cante...

-La Llave del Cante, eso es una cosa... A ver, no hay oposiciones para conseguirla. Te la conceden porque hay una gente que hace un consenso, en este caso, de las peñas flamencas, las universidades, los conservatorios y los aficionados... No sé yo bien cómo va eso... Total, que va a parar a unas manos. Te la conceden y, bueno, uno encantado y la recoge con el corazón. Pero, eso, que no hay oposiciones para conseguirla.

-¿El flamenco necesita reconocimientos?

-Creo que sí. El flamenco necesita que toquen las campanas a gloria cada vez que se le haga un homenaje, a quien sea, a lo que sea, al flamenco, en general. Como ahora que se está celebrando un Congreso de Flamenco en Córdoba, que lo auspicia la Junta de Andalucía, nos tenemos que alegrar por eso. Todas esas cosas son reconocimientos que vienen a superar hasta a las propias figuras del flamenco. Es cierto que el flamenco ha sido reconocido en cualquier confín del mundo por la gente como Carmen Amaya, Pilar López, Antonio el Bailarín... Tantísima gente que han salido por esos mundos dando a conocer el flamenco con esa categoría. Para mí lo importante, por ejemplo, de que la Unesco haya querido reconocer al flamenco como una cultura principal, que nos identifica, es que viene a poner un marchamo de calidad a la música nuestra. Necesitaba eso porque a lo mejor es un mensaje para las entidades públicas de: "Oye, que ahí tenéis una cosa muy difícil, un arte directo, caliente, que tenéis que proteger". Pero no sé si servirá para algo.

-¿Qué recuerda de su época como cantaor, digamos, pre-Fosforito, allá por los 40?

-(Ríe) Uff... Pues empecé por las ferias de ganado, por las tabernas, me anunciaban en las plazas del pueblo en las pizarras con tiza y cantaba detrás de la película de turno en una pequeña banqueta con el guitarrista, al terminar el empresario nos daba unas pesetillas, tendría yo unos 10 años... Todavía conservo un cartel de la plaza de toros de Ronda del año 45. En ese espectáculo las figuras eran otras, claro, entre ellas el Niño de Linares y yo era un chiquillo de 13 años pero que ya cantaba solo y que avanzaba como un joven valor de cante jondo, y que además cantaba para bailar, que para eso hay que cantar al compás. Mi familia era una familia de arte. Mi padre era cantaor, mi abuelo Juan, cantaor también, mis primos eran guitarristas. Digamos que yo estaba predestinado a ser cantaor.

-Entonces todo sería muy distinto en la formación de un cantaor...

-Muy diferente y muy difícil. Era compartir la vida y pasar fatigas. Era aprender directamente de otros cantaores. En esas ferias que te decía te encontrabas con cantaores como Niño de la Rosa Fina de Casares, José Cortés de Triana o Salvador de Loja... Cantaores con los que aprendíamos unos de otros y compartíamos penurias y alegrías y bueno... Esto me llevó al Concurso (Concurso de Córdoba, en el año 1956) en un momento muy difícil... A mí me llamaban Fosforito porque a mi padre que era cantaor se le quedaban muy bien los cantes de aquel viejo Fosforito de Cádiz, que se llamaba Francisco Lema del 1870, mi padre también era del XIX, de 1897, y bueno a mí me llamaban así, a pesar de mis ocho hermanos, porque como yo cantaba en mi casa... Mi padre remedaba los cantes de Fosforito de Cádiz, la malagueña que hacía... Así que ya llegué con el nombre de Fosforito al Concurso y cuando gané los cuatro primeros premios pues ya no me interesó cambiarme el nombre. Además yo era Fosforito en mi pueblo, aunque en aquellos carteles que me sacaban de vez en cuando a veces me ponían El niño de Genil o Antonio de Genil, lo corriente en aquella época de poner el lugar de procedencia, eso era costumbre.

-¿Son las fatigas imprescindibles en el flamenco?

-No tiene por qué. Creo que más importante es la predisposición y el talento. Mira, Paco de Lucía, por ejemplo, ya era un genio desde chiquitito. Por los años sesenta y algo, que Paco era un chiquillo, ya grabó conmigo 8 o 9 discos y ya era un genio, nació virtuoso y además con un gusto, con capacidad creativa... Eso son dones, no hay por qué pasar fatigas. ¡Qué no las pase nadie, por dios! Es como eso que alguien dijo de que para poder cantar flamenco hay que ser analfabeto, pues no, no estoy de acuerdo, ¿qué tiene que ver la cultura, el conocimiento y la capacidad de cada uno con el saber cantar?

-¿De dónde nace su estilo?

-Yo me he impregnado de los sitios donde he vivido como Cádiz, Málaga y Sevilla. Cada uno asimila las cosas de una forma, las oyes y las haces como a ti te gusta, con respeto eso sí, pero bueno con el color de voz tuyo, que es diferente al de otro y con tus maneras, que también serán diferente a las de otro. Lo bueno, lo más bonito, es que el cante supera a cualquier genio cantaor. Los genios históricos lo que hacen es aportar formas, enriquecen el acerbo cultural, pero el cante está por encima de todos. El cante siempre permanece.

-¿No se perderá nada?

-Bueno, yo soy incapaz de leer el futuro (ríe). De todas formas, sí es verdad que, aunque hay gente joven que canta maravillosamente bien, y ahora aprenden muy bien porque tienen otra preparación, se está perdiendo un poco la estética. Antes la gente salía muy bien vestida a cantar, se preparaban, y sabían sentarse, y olían muy bien, ahora también hay gente que cuida eso pero hay mucha gente que no. Y eso no lo podemos descuidar, ese rito, esas formas, esa estética tan maravillosa del cante.

-¿Qué hay que tener para llegar a ser un cantaor figura?

-No lo sé... El cantaor... No sé... Tiene que dar todo, es la entrega, tiene que respetar los ancestros, tener gustito... Pero bueno si es la gente la que dice, la que tiene el poder convocatoria... El arte no tendría sentido sin el público. Pero dar el corazón en cada tarareo, con el alma en vilo, sólo ocurre cuando hay una entrega total. Y eso es un don. Pero es cierto que cuando te pones a pensar en el por qué los éxitos descubres que es muy aleatorio. Puede ser que periquito de los palotes, que canta pa echarlo, esté ahí, a la gente le guste y no se sabe el por qué, y a lo mejor hay un cantaor que te llega a ti al alma y no pasa nada, y no causa ningún revuelo... Es un misterio.

-¿Qué le parece la labor didáctica que se está haciendo alrededor del flamenco?

-El flamenco ha sido siempre tan denostado, tan mal visto... Me acuerdo de una presentación en Madrid, que no recuerdo de qué, pero había un presidente de una asociación gitana que decía "¿Por qué son los payos los que tienen que decirnos tal y cual del flamenco...?" Pues mire usted, desgraciadamente los flamencos hemos sido históricamente analfabetos y no hemos tenido capacidad de hacer una crónica de los acontecimientos, de contar lo que nos acontecía a nosotros mismos. Cuando uno va y abre las manos y le dices a la gente "pregúnteme lo que quiera, no tenga pudor", y le cuentas las cosas a la gente de manera que lo puedan entender, eso engrandece al flamenco y que la gente te entienda es más que si te dijeran ole. A mí me llaman de alguna universidad, de algún centro cultural o peñas y yo voy y lo hago porque me gusta mucho. Eso sí, antes las ilustraba pero ya no, no puedo, yo ya voy camino de lo 82 años.

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