tareas domésticas y otras mentiras

El silencio

  • 'Un invierno en Sokcho' transcurre en el silencio y su ejercicio, un ejercicio de pequeños pasos, de brumas y miradas ardientes, de conversaciones interminables, de anhelos y deseos reprimidos

No me gusta la Navidad. Mejor dicho, no me gusta su falso reflejo, ese modelo arquetípico hecho a imagen y semejanza del capitalismo más voraz y descarnado. Este posicionamiento no nace de esa suerte de necesidad de odiar lo tradicional o convencional, no; no me gusta porque potencia la hipertrofia de este tiempo y todas sus urgencias, tan ruidosas como innecesarias. La Navidad potencia ese gesto de brea consistente en estar donde los demás creen que debemos estar, comportándonos cómo los demás consideran que debemos comportarnos. Hay que comprar -mucho, demasiado, en exceso-, hay que comer/cenar -mucho, demasiado, en exceso-. Y esto me hace sentir fuera de juego, incómoda, ausente. Especialmente, porque nunca sé quiénes son esos que dictan cómo debemos comportarnos y dónde debemos estar.

Para quienes tenemos niñxs en casa, encarar estas fiestas se convierte en todo un reto. Buscar ser fiel a una misma, pero también buscar la felicidad de quien crece a tu lado. Quizá el desafío esté en encontrar el equilibrio perfecto donde reside ese fragmento de una, -irrenunciable, disidente- junto a las luces desaforadas, las sonrisas, los destellos musicales y las letanías de consumo. Quizá el desafío consista en buscar ese espacio y habitarlo. Aunque, si soy sincera, estoy segura de que sentiré que esa parte de mí, disidente e irrenunciable, participa de lo que me hace sentir incómoda y ausente.

Es en el silencio donde guardamos todo aquello que realmente está vinculado a nosotros

Por ello, en estas fechas, el ejercicio del silencio se convierte en mi gran aliado, en una parte de la experiencia de la vida que debo auspiciar y potenciar. Es, en el silencio, donde guardamos todo aquello que realmente está vinculado a nosotros, a ese nosotros más real y único; y es, en el silencio, donde alojamos esos pensamientos que, algún día, crearán su propia cosmogonía.

Escribir sobre el silencio es escribir sobre músicos que buscan recrearlo a través de sus composiciones, pienso en Ólafur Arnalds, en sus melodías de madera y mar gélido; en Goldmund y su invitación a hacer de éste un mundo mejor con la ejecución de sus partituras. Pienso, de manera radical, en toda esa literatura que guardo en el silencio, hecha por el silencio y donde el silencio reside y desvela su poética. Títulos que establecen un compromiso, ya no sólo con una misma, sino con una manera de entender el mundo más vinculada a la justicia social, a la belleza, al tempo natural de la humanidad.

Un invierno en Sokcho(Alianza editorial, 2017), de Élisa Shua Dusapin, novela breve galardonada, en 2016, con el Premio Robert Walser, es una obra de una belleza cegadora, donde el silencio ajusta, mide y calibra a cada uno de los personajes, los hace a fuego lento; y donde el silencio aguarda al lector para llevarlo de la mano por una historia de amor, nada convencional, en la que lo corpóreo desaparece en favor de una pasión sobria -casi resignada-, prieta por el calado de lo sensual -asunto magistralmente tratado por la autora-, una pasión que pasea por entre las habitaciones de una pensión en decadencia, entre embarcaderos y playas, entre mercados y alambradas. Entre personajes que se saben perdidos. "Pasaron tres días al ritmo lento de los barcos entre las olas. Kerrand no salía de su habitación, yo no entraba en la mía hasta tarde por la noche, para estar segura de que se hubiera dormido. Cada noche, caminaba hasta el puerto. Los hombres se preparaban para salir a pescar calamares. Se paraban en la caseta de la sopa, se ajustaban el impermeable, para que el viento no se les metiera por el vientre o el cuello, antes de ir hasta el embarcadero y montar los veinticuatro barcos para encender las bombillas de los cables que, tendidos de la popa a la proa, atraerían a los cefalópodos lejos de la costa".

Dusapin levanta un artefacto narrativo de genuina singularidad, donde la ambición por la ambición desaparece para dar paso a una elegancia en el tratamiento de la prosa que emociona y cautiva, que hace querer leer cada página con el silencio y gozo que la novela imprime. En esta obra breve, la autora francesa narra la experiencia de la vida de una joven que trabaja en una pensión de Sokcho, en Corea del Norte, que ha estudiado Literatura Coreana y Francesa, y cuya vida está regida por la ausencia de urgencias y responsabilidades. Una joven resignada a lavidadebeseresto. Por la pensión del viejo Park deambulan personajes grotescos, heridos, que esperan como si la espera misma fuera el fin. Dusapin lleva a su personaje principal a esferas radicalmente distintas y así lo construye y da vida a Un invierno en Sokcho: la hiriente relación con su madre; el encuentro con el dibujante francés Kerrand; la pasiva relación que mantiene con su novio, Jun-Oh, un tipo obsesionado por ser modelo y triunfar en un mundo donde los parámetros occidentales mandan; y su trabajo en la pensión del viejo Park.

Estas esferas avanzan con precisión y van mostrando estampas, fragmentos, de la vida de su protagonista. La insaciable madre que perpetúa una convivencia asimétrica, anclada en otro tiempo, de costumbres que sólo minusvaloran a la hija, haciéndola esencialmente infeliz. Que insiste en hacer de ella una cocinera exquisita, una esposa admirable. Su trabajo en la pensión, un lugar donde la austeridad se transforma en deformidad, prisión que la narcotiza y le permite alejarse de una madre que no se esfuerza por llegar a la verdad que habita en su hija. Y Kerrand, dibujante francés que recala en Sokcho para terminar un proyecto y con el que acaba viviendo una historia de amor donde los cuerpos de ambos desaparecen para tejer una historia de sensualidad abisal que gana según el escenario en el que ambos se mueven. Esferas que Dusapin fortalece con un vocabulario exquisito y con descripciones de las costumbres locales -especialmente su gastronomía-.

Es esta una novela que transcurre en el silencio y su ejercicio, un ejercicio de pequeños pasos, de brumas y miradas ardientes, de conversaciones interminables, de anhelos y deseos reprimidos. Todo transcurre desde la certeza de que pase lo que pase entre Kerrand y ella, ella siempre pertenecerá a Sokcho, tanto como el lugar le pertenece a ella.

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