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Cultura

A solas con Picasso: no sin mi ropa

  • La artista Lydia Corbett, que posó para el genio malagueño en 1954, cuando tenía 19 años y aún se llamaba Sylvette, relatará hoy en el MPM su experiencia como modelo con el pintor, que la inmortalizó en 40 obras

En 1954, Sylvette David tenía 19 años y Pablo Picasso 73. Ambos se conocieron en Vallauris, al sur de Francia, donde el prometido de la joven, el escultor Toby Jellineck, regentaba un taller de metal mientras el genio malagueño se disponía a afrontar la plenitud de su vida en absoluta placidez junto a Jacqueline Roque. Las distancias naturales y artificiales entre Sylvette y Picasso apuntaban a una lógica del mutuo desconocimiento, pero, sorprendentemente, el creador del Guernica invitó a la muchacha a que posara para él. Sylvette, hoy conocida como Lydia Corbett, se adentró así en una experiencia única que se tradujo en nada menos que 40 obras que reproducían su figura. Hoy, esta eventual modelo y posterior artista dará cuenta de este episodio fundamental en el auditorio del Museo Picasso Málaga a las 20:00, en el marco de la exposición La escultura tardía de Picasso: Mujer. La colección en contexto, en una conversación junto a la comisaria de la misma, Elizabeth Cowling, que cerrará el ciclo de conferencias paralelo a la muestra.

Ayer, la propia Corbett (París, 1934, actualmente residente en Devon) compartió con los periodistas algunos de sus más vivos recuerdos respecto a Picasso, y se interesó decididamente por la escultura de chapa recortada y doblada llamada Sylvette, que nació de aquellos encuentros y que puede verse actualmente en el Museo Picasso dentro de la misma exposición. Corbett rememoró el día en que Picasso se presentó en el taller de Jellineck (quien le ayudaría después a trasladar a la chapa las esculturas hechas con papel recortado) con un retrato en el que se reconoció por la coleta con la que se recogía el pelo. Unos días después, Picasso compró en el mismo taller dos sillas que Sylvette y Jellineck llevaron personalmente a la casa del pintor en Vallauris. Entonces, el genio, ya reconocido con creces en todo el mundo, formalizó su invitación: "Cuando lo conocí, Picasso ya era muy famoso, así que me sorprendió mucho que me eligiera para posar. Yo era entonces muy tímida. Apenas abría la boca. De hecho, en uno de los retratos Picasso me pintó con la boca cerrada", explicó Corbett. "Algunos años después caí en la cuenta de que por aquella época me parecía mucho a Marie-Thérèse Walter, de quien Picasso se enamoró perdidamente cuando ella tenía 17 años [en 1927], y pensé que tal vez por eso se decidió a proponerme que posara para él, aunque fui simplemente su modelo, nunca su amante", subrayó.

Aunque no quiso entrar en demasiados detalles, Corbett recordó las sesiones de 1954, que se prolongaron durante varias semanas en el estudio de Picasso: "Me retrataba sobre todo del perfil izquierdo, para lo que me pedía que mirara al jardín, aunque a veces también lo hacía de frente. A veces me sentaba en una mecedora y me hacía pasar allí bastante rato, tanto que a veces me entraba mucho sueño. Una vez me propuso posar desnuda a cambio de una cantidad de dinero; yo lo rechacé, porque entonces los hombres mayores como él me daban miedo. Él lo aceptó de buen grado, sin más. Nunca se me insinuó". En este sentido, Corbett se convirtió en testigo de excepción de la relación de Picasso con las mujeres, uno de los campos más controvertidos en el imaginario picassiano, algo en lo que se muestra contraria a lo que habitualmente se opina: "Me entristece todo lo que se ha escrito y dicho sobre Picasso y su supuesta actitud desagradable y agria hacia las mujeres; mi experiencia fue absolutamente la contraria. Aunque casi siempre andaba muy serio, mostraba hacia mí un trato muy amable y, como me veía tan callada y asustada, hacía juegos, chistes y bromas para verme sonreír, si bien yo no le entendía mucho por su marcado acento español. No dejaba de agradecerme cada día que posara para él".

Todo este agradecimiento se materializó después de una manera muy concreta: "Cuando terminó los 40 retratos me invitó a que fuera al estudio a verlos y, una vez allí, me pidió que me quedara con el que más me gustara. Aquella generosidad fue muy importante para mí y durante muchos años no me quise separar del cuadro. Pocos años después, unas amigas de mi madre me propusieron exponerlo en París, pero me negué. Sin embargo, finalmente decidí venderlo porque me angustiaba la responsabilidad de tener el cuadro en mi casa y la posibilidad de que me lo robaran". Hoy, con cierta melancolía, se pregunta Corbett "a dónde habrán ido a parar aquellos retratos".

Lydia Corbett tiene actualmente 73 años, la misma edad que tenía Picasso cuando la conoció. Es una artista especializada en esculturas de madera, divorciada dos veces, madre de tres hijos y abuela de siete nietos, que vive su existencia en una dimensión profundamente espiritual, tal y como expresa a través de su discurso y sus gestos, coloridos y muy significativos, ataviada con cierto halo hippie y una distensión contagiosa. No oculta su emoción ni sus lágrimas cuando recuerda sus días junto a Picasso, y a menudo cita a Dios: "Todo el mundo sabe que Picasso no iba mucho a la iglesia, pero yo creo que los artistas se encuentran muy cerca de Dios porque pueden expresar lo más profundo del ser humano. La última vez que vi a Picasso yo tenía 20 años, pero me ha acompañado desde entonces. Incluso cuando murió tuve la sensación de que resucitaba para mí, porque no dejaban de preguntarme por él. Servirle de modelo me abrió muchas puertas y me permitió ir a sitios que nunca habría podido imaginar, sólo para hablar de él. Y mi obra, desde luego, le debe mucho". Algo debía tener para dejar un recuerdo tan hondo.

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